Vida Sacerdotal - El sacramento de la Eucaristía

El decoro debido en la celebración eucarística

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El Papa Juan Pablo II, en el capítulo V de la encíclica Ecclesia de Eucharistia, titulado “Decoro de la celebración eucarística”, pasa revista a esas manifestaciones y las fundamenta en la misma enseñanza evangélica. Así, Jesús encarga a los discípulos preparar cuidadosamente la sala grande donde celebrarán la Última Cena; de hecho, el relato del Jueves Santo deja ver los rasgos de una sensibilidad litúrgica. En continuidad con esos primeros pasos, “la Iglesia no ha tenido miedo de derrochar, dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable de la Eucaristía” (Ecclesia de Eucharistia, 48).

El episodio de la unción en Betania, donde se derrama sobre la cabeza de Jesús un frasco de perfume precioso, “provoca en los discípulos, en particular en Judas, una reacción de protesta, como si ese gesto fuera un derroche intolerable... Pero la valoración de Jesús es muy diferente. (...) Él se fija en el acontecimiento inminente de su muerte y sepultura, y aprecia la unción que se le hace como anticipación del honor que su cuerpo merece también después de la muerte, por estar indisolublemente unido al misterio de su persona” (Ecclesia de Eucharistia, 47).

Benedicto XVI celebrando la Misa
Benedicto XVI celebrando la Misa

Es un hecho innegable que la celebración eucarística tiene también el carácter de un banquete, en el que los fieles, siguiendo la invitación del Señor, toman y comen el Cuerpo de Cristo; pero, “aunque la lógica del convite inspire familiaridad, la Iglesia no ha cedido nunca a la tentación de banalizar esta cordialidad con su Esposo, olvidando que Él es también su Dios y que el banquete sigue siendo siempre, después de todo, un banquete sacrificial, marcado por la sangre derramada en el Gólgota” (Ecclesia de Eucharistia, 48).

Con esa conciencia del misterio eucarístico, la Iglesia ha expresado su fe también a través de una serie de expresiones externas, como hemos recordado brevemente, de donde surge el proceso que ha llevado progresivamente a establecer una especial reglamentación de la liturgia eucarística. También sobre esta base se ha ido creando un rico patrimonio de arte, con espléndidas manifestaciones en la arquitectura, la escultura, la pintura, la música y otras producciones artísticas.

Ahora bien, “el arte sagrado, en sus diversas manifestaciones, ha de distinguirse por su capacidad de expresar adecuadamente el Misterio, tomado en la plenitud de la fe de la Iglesia y según las indicaciones pastorales oportunamente expresadas por la autoridad competente.” (Ecclesia de Eucharistia, 50). El empeño por conseguir esa adecuación no está reñido con un amplio margen creativo que se reconoce a los artistas, ni con las exigencias de una sana y obligada inculturación. Pero siempre ha de tenerse presente que “el tesoro es demasiado grande y precioso como para arriesgarse a que se empobrezca o hipoteque por experimentos o prácticas llevadas a cabo sin una atenta comprobación por parte de las autoridades eclesiásticas competentes.” (Ecclesia de Eucharistia, 51).

Como subraya el Papa al final de este capítulo de la encíclica, los sacerdotes tienen una gran responsabilidad en este punto, pues a ellos compete presidir in persona Christi la celebración eucarística. En este contexto, el Papa lamenta que no hayan faltado abusos después de la reforma litúrgica postconciliar, como reacción al formalismo, que ha llevado a algunos a no considerar obligatorias las formas adoptadas por la liturgia y a introducir innovaciones no autorizadas o inconvenientes. Por eso, el Papa pide que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas: “la liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad (...) A nadie le está permitido infravalorar el Misterio confiado a nuestras manos: éste es demasiado grande para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal.” (Ecclesia de Eucharistia, 52).

El hecho de que el Papa insista en estos aspectos relativos a la dignidad y decoro en todo lo relativo al culto eucarístico, parece poner de relieve que siguen siendo de actualidad las advertencias ya hechas hace varios lustros, sobre este particular. De un modo más detallado y concreto, la Instrucción Inaestimabile donum (3 de abril de 1980), de la Congregación para los Sacramentos y el Culto divino subraya bastantes aspectos sobre los que se habían producido abusos patentes en los diez primeros años de vigencia del nuevo Misal de Pablo VI. Se enumeran a continuación algunos de esos aspectos, sobre los que reclama vigilancia la citada Instrucción:

a) Respetar la liturgia de la Palabra en la celebración eucarística, no sustituyendo la palabra de Dios por la palabra del hombre, sea quien sea.

b) La lectura del Evangelio está reservada al diácono o al sacerdote, lo mismo que la homilía.

c) La proclamación de la plegaria eucarística está reservada al sacerdote, en virtud de su ordenación. Es un abuso hacer decir partes de la plegaria eucarística al diácono o a un ministro inferior o seglar. Han de usarse las plegarias eucarísticas incluidas en el misal o legítimamente admitidas por la Santa Sede.

d) Se recuerda también la exigencia de cuidar especialmente la materia del sacramento, de modo que se presente de verdad como alimento, entendiendo esto de la consistencia del pan y no de la forma, que sigue siendo la tradicional; no pueden agregarse ingredientes extraños a la harina de trigo ni al agua.

e) No se admite que los fieles tomen por sí mismos el pan consagrado y el cáliz sagrado, y mucho menos que se lo hagan pasar de uno a otro.

f) El religioso o seglar autorizado como ministro extraordinario de la Eucaristía podrá distribuir la comunión sólo cuando falte el sacerdote, el diácono o el acólito, cuando el sacerdote está impedido por enfermedad o edad avanzada, o cuando el número de fieles que se acercan a la comunión es tan grande que haría prolongar excesivamente la celebración de la misa.

g) La comunión puede recibirse de rodillas o de pie, según las normas establecidas por la Conferencia episcopal.

Esta preocupación por el decoro y veneración con que debe tratarse la Eucaristía y cuanto se refiere al culto sagrado movían a San Josemaría Escrivá a pedir oraciones por los sacerdotes, con unas conmovedoras palabras que manifestaban su gran amor a la Eucaristía:

“Yo pido a todos los cristianos que recen mucho por nosotros los sacerdotes, para que sepamos realizar santamente el Santo Sacrificio. Les ruego que muestren un amor tan delicado por la Santa Misa, que nos empuje a los sacerdotes a celebrarla con dignidad -con elegancia- humana y sobrenatural: con limpieza en los ornamentos y en los objetos destinados al culto, con devoción, sin prisas.

¿Por qué prisa? ¿La tienen acaso los enamorados, para despedirse? (...) Si amamos al Señor con este corazón de carne -no poseemos otro-, no habrá prisa por terminar ese encuentro, esa cita amorosa con El.

Algunos van con calma, y no les importa prolongar hasta el cansancio lecturas, avisos, anuncios. Pero, al llegar al momento principal de la Santa Misa, el Sacrificio propiamente dicho, se precipitan, contribuyendo así a que los demás fieles no adoren con piedad a Cristo, Sacerdote y Víctima; ni aprendan después a darle gracias -con pausa, sin atropellos-, por haber querido venir de nuevo entre nosotros.

Todos los afectos y las necesidades del corazón del cristiano encuentran, en la Santa Misa, el mejor cauce: el que, por Cristo, llega al Padre, en el Espíritu Santo. El sacerdote debe poner especial empeño en que todos lo sepan y lo vivan. No hay actividad alguna que pueda anteponerse, ordinariamente, a esta de enseñar y hacer amar y venerar a la Sagrada Eucaristía.” (San Josemaría Escrivá, Sacerdote para la eternidad, en “Amar a la Iglesia”, 46).

Ese es el sentido, por lo tanto, del cuidado de los actos litúrgicos, según recuerda la instrucción Redemptionis sacramentum: "La acción externa debe estar iluminada por la fe y la caridad, que nos unen con Cristo y los unos a los otros, y suscitan en nosotros la caridad hacia los pobres y necesitados". La intención de esta Instrucción "no es tanto preparar un compendio de normas sobre la santísima Eucaristía sino más bien retomar, con esta Instrucción, algunos elementos de la normativa litúrgica anteriormente enunciada y establecida, que continúan siendo válidos, para reforzar el sentido profundo de las normas litúrgicas".

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