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El cardenal Arinze presenta la carta apostólica para el Año Eucarístico «Mane nobiscum Domine»

el . Publicado en Noticias de 2004

Intervención del Cardenal Arinze en la presentación de la carta apostólica «Mane nobiscum Domine» de Juan Pablo II.

En la misa solemne ante la Basílica de Letrán, en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, el 10 de junio de 2004, el Santo Padre anunció el Año de la Eucaristía, que se celebrará entre octubre de 2004 y octubre de 2005 en toda la Iglesia. Ahora nos entrega una carta apostólica bella e incisiva, «Mane nobiscum Domine», para ayudar y guiar a la Iglesia en la celebración de este año especial con el máximo provecho.

La carta tiene una introducción, cuatro capítulos y una conclusión.

Introducción

En la introducción, el Santo Padre toma la imagen de los dos discípulos en el camino hacia Emaús como hilo conductor de toda la carta apostólica. Después de haber explicado que el Año de la Eucaristía surge en el surco del Concilio Vaticano II y del Gran Jubileo del Año 2000 (capítulo I), el Sumo Pontífice se concentra en la Eucaristía como misterio de luz (capítulo II); como manantial y manifestación de comunión (capítulo III) y como principio de la misión (capítulo IV).

El Año de la Eucaristía comprometerá particularmente a la Iglesia a vivir el misterio de la santa Eucaristía. Jesús sigue caminando con nosotros e introduciéndonos en los misterios de Dios, abriéndonos al significado profundo de las Sagradas Escrituras. En el momento culminante del encuentro, Jesús parte para nosotros el «pan de vida».

Muchas veces durante su pontificado el Papa Juan Pablo II ha invitado a la Iglesia a reflexionar sobre la santa Eucaristía, siguiendo la enseñanza de los Padres de la Iglesia, de los concilios ecuménicos y de sus predecesores. Lo hizo en particular el año pasado en la carta encíclica «Ecclesia de Eucharistia». Esta carta apostólica invita a la Iglesia a retomar esa encíclica.

El Santo Padre menciona dos acontecimientos principales que iluminan y marcan el inicio y el final del Año de la Eucaristía: el 48 Congreso Eucarístico Internacional, que se celebrará en Guadalajara (México), la próxima semana del 10 al 17 de octubre, y la undécima asamblea general del sínodo de los obispos, que se desarrollará en el Vaticano del 2 al 29 de octubre de 2005. Incluye también la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Colonia del 16 al 21 de agosto de 2005.

El Santo Padre confía la celebración del Año de la Eucaristía a la atención pastoral de los obispos. La profundidad del misterio eucarístico es tal que el Año de la Eucaristía no sólo no interfiere con los programas pastorales de cada iglesia particular o diócesis, sino que más bien los ilumina eficazmente. El misterio eucarístico es la raíz, el fundamento y el secreto de la vida espiritual de cada discípulo de Cristo, así como de toda iniciativa de la Iglesia local. Por tanto, se trata de acentuar la dimensión eucarística en estas iniciativas o programas pastorales.

Capítulo I: En el surco del Vaticano II y del Jubileo

El Santo Padre subraya que el Año de la Eucaristía expresa intensamente la concentración en Jesucristo y la contemplación de su rostro que está caracterizando el camino pastoral de la Iglesia, especialmente a partir del Concilio Vaticano II. En Cristo, la Palabra hecha carne, no sólo se nos ha revelado el misterio de Dios, sino que también se nos ha desvelado el misterio del hombre.

Juan Pablo II desarrolló este tema en su primera encíclica, la «Redemptor hominis». Lo retomó después en la «Tertio Millennio adveniente», en 1994, para preparar a la Iglesia al gran jubileo del año 2000. En este documento, dijo que el Jubileo habría sido un año «intensamente eucarístico» (n. 55). Este hilo conductor eucarístico continúa en otros documentos, como en la «Dies Domini» y especialmente en la «Novo Millennio ineunte», la carta apostólica «programática» para el tercer milenio, y en la «Rosarium Virginis Mariae», la carta apostólica con la que se inauguró el Año del Rosario, el 16 de octubre de 2002. En el corazón de ese año el Santo Padre nos dio esa perla de encíclica, la «Ecclesia de Eucharistia», firmada el 17 de abril de 2003 en la solemne celebración de la «misa de la Cena del Señor» del Jueves Santo.

Capítulo II: La Eucaristía, misterio de luz

La Eucaristía es misterio de luz por muchos motivos. Jesús habla de sí mismo como «luz del mundo» (Juan 8, 12). En la oscuridad de la fe, la Eucaristía se convierte para el creyente en misterio de luz, pues lo introduce en las profundidades del misterio divino. La celebración eucarística alimenta al discípulo de Cristo con dos «mesas», la de la Palabra de Dios y la del Pan de Vida. En la primera parte de la misa, se leen las Escrituras para que podamos ser iluminados y puedan arder nuestros corazones. En la homilía, la Palabra de Dios es ilustrada y actualizada para la vida del cristiano en nuestro tiempo. Cuando las mentes son iluminadas y los corazones arden, los signos hablan. En los signos eucarísticos, el misterio está en cierto sentido abierto a los ojos de los creyentes. Los dos discípulos de Emaús reconocieron a Jesús al partir el pan.

La santa Eucaristía es un banquete. Pero eso es ante todo y profundamente un banquete de sacrificio: anunciamos la muerte del Señor; proclamamos su resurrección y esperamos su venida en la gloria.

La Eucaristía es Cristo real y sustancialmente presente. Este misterio tiene que celebrarse con gran fe, según las normas litúrgicas establecidas. El Año de la Eucaristía que va a comenzar es un tiempo propicio para estudiar con atención la «Institutio Generalis», es decir, el ordenamiento general del Misal Romano en la tercera «Editio typica» y alimentar a los fieles con una rica catequesis.

La manera en que celebramos la misa tiene que manifestar nuestra conciencia viva de la presencia real de Cristo. No hay que olvidar los momentos de silencio. Largos períodos de adoración de Jesús presente en el tabernáculo demostrarán nuestro amor por él. La adoración del Santísimo Sacramento fuera de la misa tiene que ser este año un compromiso especial de las parroquias y de las comunidades religiosas. En particular, hay que acentuar la reparación, la contemplación, la meditación bíblica y cristocéntrica. La solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo debe ser celebrada también con la procesión, como una proclamación de nuestra fe eucarística.

Capítulo III: Eucaristía, manantial y manifestación de comunión

Los discípulos de Emaús pidieron al Señor que se quedara «con» ellos (Cf. Lucas 24, 29). Jesús hizo algo más. Él se dio a sí mismo en la santa Eucaristía para permanecer «en» ellos: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Juan 15, 4). La comunión eucarística es una compenetración íntima entre Cristo y quien comulga. La comunión eucarística promueve también la unidad entre los que comulgan. San Pablo dice a los corintios «Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan» (1 Corintios 10, 17).

La Eucaristía manifiesta también la comunión eclesial y llama a los miembros de la Iglesia a compartir sus bienes espirituales y materiales. Esta comunión eclesial se manifiesta espléndidamente en el obispo que celebra con su presbiterio en la iglesia catedral, con la participación plena del pueblo de Dios.

En este año de la Eucaristía habrá que prestar particular importancia a la misa dominical en la parroquia.

Capítulo IV: Eucaristía, principio y proyecto de misión

Los dos discípulos de Emaús, después de haber reconocido al Señor, «se levantaron al momento» (Lucas 24, 33) para comunicar la bella noticia. El encuentro con Jesús en la Eucaristía lleva a la Iglesia y a cada cristiano a testimoniar, a evangelizar. Tenemos que dar gracias al Señor y no dudar en mostrar nuestra fe en público. La Eucaristía nos lleva a ser solidarios con los demás, haciéndonos promotores de armonía, de paz, y especialmente a compartir todo con los necesitados. El Año de la Eucaristía tiene que llevar a las comunidades diocesanas y parroquiales a un particular interés por las diferentes manifestaciones de la pobreza en el mundo, como el hambre y las enfermedades, especialmente en las naciones en vías de desarrollo, la soledad de los ancianos, el desempleo y los sufrimientos de los inmigrantes. Este criterio de caridad será el signo de la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas.

Conclusión

El Santo Padre reza para que este año de la Eucaristía pueda ser para todos una preciosa oportunidad para alcanzar una renovada conciencia del incomparable tesoro que Cristo confió a su Iglesia.

Corresponde a los pastores de las iglesias locales elaborar iniciativas específicas. La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ofrecerá sugerencias útiles y propuestas. El Santo Padre no pide que se hagan cosas extraordinarias, sino más bien que todas las iniciativas estén caracterizadas por una gran profundidad espiritual. Hay que dar prioridad a la misa dominical y a la adoración eucarística fuera de la misa.

El Papa exhorta a todos los miembros de la Iglesia -obispos, sacerdotes y otros ministros, seminaristas, consagrados, fieles laicos, en particular a los jóvenes- que hagan lo que les corresponde a favor del éxito de este año eucarístico. Pide a la Virgen María, a la que mira como su modelo, que sea imitada también en su relación con este santísimo misterio.

Mientras la Iglesia entra en el Año de la Eucaristía, en esta bella carta apostólica «Mane nobiscum Domine», firmada el 7 de octubre de 2004, encontramos nuestra guía, la lámpara que nos ilumina, nuestra estrella, el aliento y la guía en nuestro camino.

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