Vida Sacerdotal - Cuestiones pastorales

Recomendaciones pastorales que se pueden dar a los padres que conocen que un hijo es homosexual

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1. Como sucede con cualquier problema, es evidente que es mejor prevenir que curar. Y aunque la prevención no consigue eliminar toda posibilidad de que pueda aflorar la homosexualidad en un hijo (se entiende en este artículo “hijo” de modo genérico: puede tratarse de un hijo o una hija, siendo lo primero lo más frecuente), sería un error grave pensar que no puede hacerse nada para prevenir. También lo sería suponer que el descuido de las medidas de prevención propiciaría necesariamente el afloramiento de la homosexualidad. Se trata de factores de riesgo, pero de una gran incidencia, de forma que cuando se consigue el clima familiar idóneo es mucho menos probable que se dé la desviación aquí contemplada. Hay que tener en cuenta que la homosexualidad se origina como una alteración en el desarrollo de la personalidad de quien la padece, por lo que tiene una importancia de primer orden procurar un clima que favorezca el normal desarrollo del hijo.

Prevención

2. Se señalan a continuación varios rasgos que configuran un ambiente familiar propicio, cuyo descuido tiene particular incidencia en la aparición de la homosexualidad. La relación se refiere solamente a familias normalmente constituidas:

a) La participación del padre en la educación y desarrollo de los hijos: debe estar presente y ser accesible a sus hijos. Si no lo hace, la madre debe intentar su implicación, no siendo buena solución que ella intente suplantar la figura paterna.

b) Evitar, por parte de la madre, actitudes posesivas o sobreproteccionistas. Más aún se debe evitar el que la madre recurra a volcar su afecto en los hijos o en alguno de ellos, incluso haciéndole partícipe de sus insatisfacciones, si no encuentra en su esposo el cariño que busca.

c) La aceptación de cada hijo, de forma que los hijos sean conscientes de ello. Hay que distinguir entre la búsqueda de la excelencia en cada hijo, estimulando la consecución de metas altas, de una actitud constante de desaprobación por no conseguirlas, de forma que el hijo se pueda sentir rechazado.

d) La creación de un clima de confianza, que facilite el que los hijos puedan contar sus preocupaciones y las incidencias de su vida, incluso cuando no se han portado bien, de forma que se les escuche y se les responda con serenidad, sin manifiestas actitudes de nerviosismo, alarmismo, preocupación visible, y menos aún de riña o rechazo. A la vez, se ha de reaccionar enseñando a los hijos a resolver sus problemas, no asumiendo los padres la resolución de los mismos.

e) La existencia de una auténtica educación sexual, bien orientada a la vez que realista. Incluye el proporcionar una adecuada información sobre las inclinaciones homosexuales y la homosexualidad. Implica también a la vez velar por un clima sano en el hogar en lo referente a la sexualidad, evitando que se vean cosas inapropiadas en televisión, Internet, etc.

f) Favorecer una relación normal en los hijos con sus amigos/as. Buena parte de la afirmación de la masculinidad o la feminidad tiene lugar en las relaciones con chicos/as de la misma edad, sin que la familia pueda suplir bien este aspecto. De ahí que una atmósfera familiar muy cerrada en sí misma no sea recomendable; y sí lo sea, por el contrario, promover actividades sanas y normales con otros chicos/as, como la práctica de deportes de equipo.

g) El recto encauzamiento de los rasgos peculiares de los hijos que puedan causar extrañeza, como por ejemplo una sensibilidad exagerada en un chico o una preferencia por gustos masculinos en una chica. Para educar hay que partir de la aceptación de la realidad, e ir ayudando a configurar la personalidad de cada uno, discerniendo bien lo que es un rasgo peculiar de lo que es una anormalidad. En este sentido, es importante evitar calificativos o motes despectivos, y en general todo lo que propicie que el hijo se llegue a sentirse “distinto” e incomprendido.

3. Conviene que los padres estén atentos, particularmente en la preadolescencia y la adolescencia, de la aparición de posibles comportamientos extraños de los hijos sin aparente explicación, especialmente de los que les aíslan de su entorno habitual. Conductas como el aislamiento en un mundo artístico -musical, teatral, etc.- que no comparten con nadie, la carencia de amigos o la búsqueda de amigos en entornos distintos a los que frecuenta habitualmente y de los que no se habla en casa, con más motivo si van acompañados de la resistencia a adoptar algunos de los rasgos propios del género -en sí mismos de importancia secundaria-, son lo suficientemente preocupantes como para que se deba indagar en la causa. A veces, se pueden intentar disfrazar con una desmedida aplicación a los estudios, pero ese sentido de responsabilidad en su trabajo no suprime el que se deba buscar la explicación a esas conductas: hay que buscar el desarrollo integral de los hijos, no sólo que triunfen en su actividad profesional. Saliendo al paso de esas anormalidades se consigue muchas veces evitar daños en los hijos, siendo la homosexualidad una de las posibilidades en las que pueden desembocar.

Adolescencia y falsa homosexualidad

Ángeles músicos. Colegiata de Pastrana (España)4. Ante una hipotética revelación de la homosexualidad de un hijo, es muy relevante la edad. Si se trata de un adolescente, se debe discernir bien la situación, distinguiendo una homosexualidad propiamente dicha de lo que no va más allá de una inmadurez y una falta de asentamiento de la personalidad en el desarrollo de la personalidad, y de la sexualidad en particular. En la adolescencia, particularmente en los varones, suele darse una cierta indeterminación sexual, de forma que el chico puede sentirse atraído por chicos además de por chicas. Si a eso se une un carácter tímido, y más todavía si ha tenido algún escarceo homosexual en alguna ocasión, es fácil que piense que es homosexual –puede que en ocasiones influya en ello el haber acudido a páginas web intentando aclarar su situación-, o que tenga dudas sobre ello, y no lo es, aunque podría llegar a serlo si se deja llevar por esa impresión.

Es menos frecuente una situación semejante con las chicas, aunque podría ocurrir. Si confluyen una timidez que se cree insuperable en el trato con chicos (asociada normalmente a una percepción negativa del propio cuerpo), el haber tenido en el pasado -a veces, en edad infantil- algún escarceo impúdico con alguna amiga, y la polarización de la amistad con una sola amiga, puede dar como resultado una especie de enamoramiento con esta última. Pero, al igual que en el caso anterior, no se trata de una auténtica homosexualidad.

5. No es fácil conseguir la confidencia de un hijo adolescente sobre este tipo de cosas. De hecho, es más fácil que la tenga con un tutor/a o un director espiritual, lo que constituye una razón más de conveniencia de una buena tutoría o dirección espiritual. Los padres deben conformarse con esa situación, sin pretender erigirse en directores espirituales del chico o la chica; en cambio, sí que conviene comunicar a estas personas lo que consideren relevante sobre la personalidad del chico o la chica. Menos procedente todavía es intentar enterarse de la intimidad del hijo hurgando furtivamente en ella -por ejemplo, leyendo furtivamente sus agendas-. Sin embargo, explicar por anticipado las posibles dificultades en su desarrollo facilita mucho que pueda darse esta confidencia, puesto que proporcionan al hijo adolescente la certeza de ser comprendido. En estos casos el problema se soluciona casi siempre con medios ordinarios, ayudando al desarrollo normal de la personalidad, y apoyando la autoestima del adolescente. Suele ser conveniente además que se integre en alguna pandilla de chicos y chicas, pues aproximarse al sexo contrario y aprender a valorarlo ayuda bastante.

Reacción ante la declaración de homosexualidad

6. No obstante, lo más frecuente es que un hijo, si tiene un problema relacionado con la homosexualidad, lo manifieste a los padres más tarde, cuando ya está convencido de su condición de homosexual -y probablemente sea verdad-, y ya ha tenido alguna experiencia homosexual o al menos ha tenido contactos con personas o ambientes homosexuales; a veces, cuando ya están emparejados con alguien de su sexo. Esa declaración suele ir unida a la exigencia de que acepten su condición, lo cual esconde un equívoco: una cosa es aceptar al hijo -con todos los problemas que pueda tener-, y otra bien distinta es aceptar esa situación como si no tuviera remedio y hubiera que darla por buena. En todo caso, sea cual sea la situación, es imprescindible reaccionar con serenidad. Una reacción ruidosa y trágica, con el mensaje de que la desgracia o el oprobio han entrado en el hogar, sólo propicia el alejamiento del hijo, el cual a partir de ese momento desconectará con sus padres. Y una vez pasado el desconcierto inicial, hay que evitar dos tipos de actitudes:

a) Por parte del padre, un rechazo al hijo, propio de quien no acepta la situación, manifestado en el mal humor y la falta de trato con el hijo o siendo cortante en el poco que puede haber.

b) Por parte de la madre, una actitud de comprensión -lo que está bien- que de hecho se traduzca en un apoyo a lo que el hijo entiende que es vivir conforme a su condición -lo cual es equivocado-. Hay que tener en cuenta que a eso se llega, aun sin proponérselo, cuando la madre evita decir cualquier cosa que pueda exasperar al hijo, con el fin de conservar su contacto y afecto, y mantiene una actitud fundamentalmente de compasión.

7. Como sucede con cualquier situación conflictiva, el criterio general es el que da San Pablo en la Carta a los Efesios (4, 15): veritatem autem facientes in caritate; o sea, armonizar verdad y caridad. La primera sin la segunda acaba siendo injusta; la segunda sin la primera acaba siendo sentimental, sin que en ninguno de los dos casos se busque el auténtico bien del hijo -más bien se agrava la situación-. En este sentido, la primera verdad de la que hay que estar firmemente convencido, por mucha presión en sentido contrario que haya en la sociedad, es la naturaleza misma de la homosexualidad: no puede verse nunca como una sexualidad alternativa o simplemente distinta. Tampoco es en sí misma una perversión. Es un trastorno de personalidad, concerniente a la sexualidad (incluye una variedad de posibles estados: por eso, los estudios serios sobre el tema tienden a señalar que, más que “homosexualidad”, hay “homosexualidades”), aunque afecta también a otros rasgos de la personalidad. Si uno de los cónyuges no está convencido de esto, es de sentido común que el otro trate que lo entienda. A este fin, puede ser muy útil la lectura de la Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

8. Este enfoque correcto sobre la situación es el que hay que intentar transmitir al hijo, aunque se encuentre por parte de éste una resistencia a admitirlo. De todas formas, se debe evitar hablar sin escuchar. Conviene intentar ganar la confianza del hijo pidiéndole que cuente sobre su vida, y explicar las cosas con serenidad y en el momento y forma oportunos. Si apenas se sabe nada sobre la homosexualidad, es prudente enterarse bien antes de hablar con el hijo. Esto es importante, porque hay que insistir en desmontar unas expectativas, promovidas por algunas organizaciones de homosexuales, que son falsas: son las que dibujan una vida feliz a partir de aceptar como definitiva su condición y vivir conforme a ella, con un amor estable y una vida satisfactoria que nada tiene que envidiar a la de un heterosexual que vive felizmente su matrimonio; y, por el contrario, que el intento de represión de su homosexualidad sólo conseguirá una personalidad reprimida, insatisfecha e infeliz. La realidad se parece más a lo contrario; una vida abandonada a una homosexualidad activa deriva en una vida marcada por la inestabilidad, la sordidez, la promiscuidad, la falta de un amor auténtico, la angustia y la infelicidad. Conocer esto y saber explicarlo es necesario, ya que una conversación en la que el único argumento es el moral -que la actividad homosexual es pecado-, puede producir fácilmente la sensación de incomprendido en el hijo, y un erróneo entendimiento de lo que es la moral católica: si es pecado es porque se trata de un mal, no se considera un mal por ser declarado pecado.

9. En estas conversaciones, es también muy conveniente no polarizarse en la condición de homosexual, y hacer ver al hijo que tampoco él debe polarizarse, y sí en cambio reconocer que tiene otros problemas interiores sin resolver. Por eso, en la medida en que se pueda, se debe tratar de evitar que el hijo se ponga en contacto con activistas u organizaciones de activistas homosexuales -sea acudiendo personalmente, o bien sea a través de internet-, o vaya a intentar conseguir amistades en lugares frecuentados por homosexuales, aunque en principio sólo trate de buscar en ellos un ambiente que no le haga sufrir, ya que puede sentirse herido por los comentarios despectivos hacia los homosexuales en su ambiente habitual. Sería indudablemente un remedio peor que la enfermedad. Si ya ha contactado o se ha integrado en una de esas organizaciones, la decisión de alejarse será la primera que deberá tomar si acepta la terapia que deberá aplicarse.

Terapia adecuada

10. Es necesario convencerse y convencer de que es falsa la idea de que la homosexualidad es algo constitutivo e irreversible. Su origen es complejo, pero puede decirse, de forma simplificada, que lo más frecuente es que sea debida a la unión de una cierta propensión con una serie de factores, tanto personales como ambientales. Eso permite que el trastorno se pueda tratar y curar. Es conveniente saber que si se ponen los medios adecuados, se puede remediar un alto porcentaje de casos de homosexualidad, más alto cuanto menor sea la edad y mayor la rapidez en acudir a ellos. Pero en todo caso hay que contar con que el interesado acepte colaborar, por lo que los padres deben ser constantes en el intento de convencerle de que lo haga. Se debe acudir a especialistas, que casi siempre serán psiquiatras –mejor que psicólogos-. Deben ser de conocido buen criterio, y, en la medida en que sea posible, especialistas en este tema. Y, por supuesto, se debe evitar acudir a especialistas que son homosexuales o recomendados por organizaciones homosexuales. Esto quiere decir que son necesariamente los padres quienes eligen al especialista, en ningún caso el hijo.

11. Si acepta el tratamiento, no es sólo el hijo, sino también los padres quienes deben hablar con el especialista. Y debe asumirse que probablemente no resulte arduo sólo para el hijo, sino también para los padres. Para el hijo ya lo es de por sí, pero con frecuencia se complica al poder haber algún trastorno asociado más, como las obsesiones compulsivas. Para los padres, esas conversaciones pueden ser reveladoras de verdades incómodas, porque pueden salir a la luz comportamientos o actitudes que han facilitado o quizás propiciado el que su hijo llegue a ese estado. Por dura que sea, se hace necesario conocer la verdad. Sin embargo, eso no debe traducirse en una actitud de culpabilidad, echando sobre sí toda la responsabilidad de lo sucedido. Se trata más bien de asumir con serenidad la verdad, para poner el remedio oportuno cuando sea necesario, especialmente en lo tocante a las relaciones familiares. Por el contrario, una adversidad de este tipo puede ser ocasión de un refuerzo de su cohesión matrimonial y familiar, y para una mejora de sus respectivos caracteres. Debe tenerse en cuenta que si bien es posible que tengan alguna participación en las causas de lo sucedido, es seguro que pueden y deben participar en el proceso de recuperación del hijo.

12. Si el hijo no acepta el tratamiento, sigue siendo muy conveniente que los padres acudan al especialista. No se trata de que intenten suplir ellos lo que éste puede hacer, sino más bien que encuentren argumentos en la consulta para convencer al hijo. No consistirán sólo en razonamientos, sino en la asunción y el reconocimiento de la responsabilidad que puedan haber tenido en la existencia de carencias afectivas en el hijo, o de los comportamientos inadecuados que hayan podido tener con él.

13. Mientras no se consiga restablecer la normalidad heterosexual con el tratamiento adecuado, es totalmente inconveniente buscar una solución en géneros de vida que requieren una afectividad normal y madura, como pueden ser el matrimonio o el sacerdocio. Conviene que el sacerdote que aconseja a la familia conozca la Carta de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de 16 de mayo de 2002 sobre la idoneidad de ordenar sacerdotes a hombres con tendencia homosexual.

Homosexualidad y vida interior

14. Por último, en esto como en todo, hay que insistir en la importancia de los medios sobrenaturales. En este sentido, no hay ninguna incompatibilidad entre la condición de homosexual y la existencia de una auténtica vida interior de trato con Dios. El hijo en esta situación no debe nunca considerarse un ser perverso o alguien cuya condición convierte en falso su trato con Dios. Por el contrario, la consideración de su condición de hijo de Dios y la vida interior serán una ayuda inestimable para afrontar una situación difícil, en la que es necesaria una buena dosis de fuerza de voluntad para poner los medios que permitan salir de ella. De ahí que se deba animar a quien se encuentre en esa situación a poner los medios sobrenaturales –oración en primer lugar, sacramentos en la medida en que tenga las necesarias disposiciones para recibirlos-, e intentar ayudarle a que se asiente en una fe y esperanza auténticas. Ahora bien, la vida interior se falsifica y se extingue si no se acepta la verdad y no se vive en la verdad, resultando infructuoso todo intento en contrario.

15. Estas consideraciones también son válidas, mutatis mutandis, para los padres. La prueba que deben afrontar constituirá a la vez una demanda y un estímulo para que tengan vida interior y traten en su oración a Dios, o la hagan crecer. También ellos deben necesitan vivir su relación con Dios en la verdad, que en este caso supondrá en muchos casos, además, una mejora en su propio conocimiento que necesariamente debe tener efectos positivos en su trato con Dios y en el ejercicio de las virtudes humanas y cristianas.

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