Vida Sacerdotal - La vida espiritual de los sacerdotes

La dirección espiritual

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Al plantearse un tema sobre el que hay que hablar y, con mucho más motivo si se trata de algo tan específico y concreto como el que nos ocupa, es necesario dar una definición.

En este caso doy una definición personal, aunque corroborada por algunos autores de espiritualidad. ¿Qué entiendo yo por dirección espiritual?: para mí es un medio para la educación personal que mira al perfeccionamiento ético y religioso de la persona, mediante una labor de orientación, guía, ayuda espiritual o acompañamiento, concepto éste último acuñado especialmente por el Papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis (n. 40); aunque más que entenderlo como mutuo acompañamiento o convivencia fraterna, si sigues su pensamiento, lo entiende como auténtica dirección. De hecho, en ese número, utiliza en dos ocasiones la expresión dirección espiritual. Podría decirse que el director espiritual es el hermano que acompaña a otro hermano acogiendo, ayudando, aconsejando, orientando, guiando… en lo que se refiere a su vida interior. En el mismo sentido se hablaría del acompañante espiritual.

También entiendo la dirección espiritual como una relación estable entre una persona ejercitada en la vida espiritual y otra que busca doctrina, consejo, aliento … para progresar en la vida interior: a este fin manifiesta sinceramente todo lo que ocurre en el interior de su alma, y sigue las indicaciones que recibe con la más absoluta libertad.

Según estas definiciones, cualquiera de nosotros, no sólo puede acudir a la dirección espiritual, práctica que nos conviene para el progreso en la vida interior, sino que además puede ser maestro del espíritu para otros. También es conveniente que lo sea, incluso, deberá serlo con sus feligreses. Ciertamente hemos de comenzar por nosotros mismos, pues nadie da lo que no tiene, como tantas veces hemos oído.

Necesidad de la direccion espiritual

Un sacerdote en Nueva YorkEs lógico que después de escuchar una definición que de por sí suena a planteamiento de la cuestión, uno se pregunte ¿por qué es necesaria la dirección espiritual, en concreto, para nosotros?

Cada uno de los que estamos aquí hemos recibido una llamada de Dios, una invitación a seguirle: ego vocavi te nomine tuo, meus es tu! y como Samuel hemos respondido ecce ego quia vocasti me! Somos conscientes de que ha sido Dios quien tomó la iniciativa en nuestra vida para que seamos ahora sacerdotes.

Aun así ninguno somos una persona excepcional, y Dios no nos llama porque seamos personas especiales (recientemente hemos leído en el Evangelio de la Misa, haciendo referencia a los 12 -llamó a los que Él quiso-): con un tanto por ciento no muy elevado de humildad nos damos cuenta que somos iguales a los demás, con los mismos defectos y virtudes que puede tener cualquier otro hombre, y con las mismas inclinaciones al mal o capacidad de hacer el bien que hay en otros. Por poco que nos conozcamos personalmente, nos damos cuenta de que somos capaces de acertar o equivocarnos, construir o desedificar, alcanzar metas o caer en un abismo.

Por otra parte, nuestro sacerdocio nos compromete a vivir íntegramente el Evangelio buscando la plenitud de la vida cristiana según nuestra vocación: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto es una afirmación de Jesús recogida en el Evangelio que se convierte en nosotros en una invitación a ir hacia la santidad siguiendo nuestra vocación sacerdotal y nos empeña en una misión apostólica: venid conmigo y os haré pescadores de hombres.

Es precisamente esta vivencia del Evangelio, el ideal de la santidad y el apostolado lo que reclama una guía, orientación o acompañamiento personal de lo que no debemos prescindir si queremos ser sacerdotes santos, cumpliendo la misión que se nos encomienda. El sacerdote no se puede conformar con ser sólo bueno o buena persona que ya estaría muy bien, sino que ha de aspirar a ser santo de altar, aunque nunca –probablemente- lo canonicen.

Está, además, el hecho de que tratamos misterios en el ejercicio de nuestro ministerio sacerdotal: los misterios de Dios de los que somos dispensadores, son cosas santas que piden de nuestra parte una vida acorde a lo que celebramos, es decir, santidad. En la ordenación de mi promoción de sacerdotes, el Papa Juan Pablo II nos dijo unas palabras que guardo y procuro recordar. En ellas nos animaba a tomarnos en serio este misterio que recibíamos, vivid para él –nos decía-, trabajad por él. Dedicadle todas vuestras fuerzas. Así será fructífero vuestro servicio y toda vuestra vida sacerdotal.

Ante un comentario así, uno entiende que debe mirar hacia dentro de sí mismo y comprender que somos lo que de cada uno ha hecho Jesucristo; y lo que necesitamos, por tanto, es estar a la altura del misterio que Dios nos otorgó como don. Nunca habrá una perfecta adecuación entre el misterio y la persona que porta el misterio, pero los sacerdotes hemos de intentar ser lo más dignos, lo más santos posible.

Es necesario tener en cuenta…

Podía hacer referencia a los distintos documentos del Concilio Vaticano II y del Magisterio de los Romanos Pontífices que tratan esta cuestión y que -por otra parte- cada uno podemos consultar. Aún así no está de más recordar que en Presbyterorum Ordinis (n. 18) hay una alusión concreta a este medio que ayuda al progreso de nuestra vida espiritual. Lo mismo se recomienda en el Directorio para la vida de los presbíteros (n. 39): en este caso, me parece a mí un punto bastante clave pues además de animar al sacerdote a la práctica de una dirección espiritual en continuidad con la mantenida en el Seminario, recoge en uno de los párrafos todo una plan de vida espiritual que sirve muy bien para configurar una estructura de vida interior y guiar nuestro camino de santidad. Juan Pablo II señala en la PDV que la práctica de la dirección espiritual contribuye no poco a favorecer la formación permanente de los sacerdotes. Se trata para él de un medio clásico que no ha perdido nada de su valor, no sólo para asegurar la formación espiritual sino también para promover y mantener una continua fidelidad y generosidad en el ejercicio del ministerio sacerdotal.

Por otra parte no faltan comentarios de grandes santos que animan al propósito de la dirección espiritual: así Santa teresa de Jesús se refiere a tantos sacerdotes como ha puesto Dios cerca de quienes como ella se consideraba inhábil y sin provecho y que están ahí para que nos despierten. Había de ser muy continua nuestra oración por estos que nos dan luz. ¿Qué seríamos sin ellos entre tan grandes tempestades como ahora tiene la Iglesia?. Plegue al Señor los tenga de su mano y los ayude para que nos ayuden (del Libro de su Vida, n. 13).

O San Francisco de Sales, por eso de que le celebramos hace dos días: al tratar de la dirección espiritual decía tratad con él (director espiritual) con toda sinceridad y fidelidad, manifestándole claramente vuestros bienes y vuestros males, sin fingimiento ni disimulo (Introducción a la vida devota, I). O nuestro querido patrono San Juan de Ávila que afirmaba: conviene que para lo que toca al recogimiento de vuestra conciencia toméis por guía y padre alguna persona letrada y experimentada y ejercitada en las cosas de Dios (Reglas muy provechosas, n. 9).

Además, si tenemos presente que estamos en la hora de la nueva evangelización, podría añadirse que ésta pide una urgente renovación de los agentes de pastoral, en particular de los sacerdotes, de quienes se espera una especial identidad con el sacerdocio recibido, el cual se realiza cuando tratamos de vivir nuestro sacerdocio según todas sus dimensiones o perspectivas. Pienso que no se puede cuestionar la conveniencia de una dirección espiritual o acompañamiento frecuente para ser auténticos evangelizadores en una sociedad tan secularizada, laicista y beligerante con los valores del Evangelio. Si siempre se habló del peligro del que va solo, ese peligro parece mayor en los tiempos que corren.

Cuáles son esas dimensiones (Evangelium Nuntiandi)

No pretendo hacer un análisis exhaustivo de estas dimensiones. Quiero únicamente dar unas pinceladas que nos muevan a valorar la conveniencia, incluso, necesidad, de la dirección espiritual.

- Consagración o dimensión sagrada: el sacerdote en su ser, en su obrar, y en su vivencia pertenece totalmente a Cristo y participa en su unción y misión. En este sentido recuerdo unas palabras de San Josemaría: él se preguntaba por la identidad sacerdotal y se autorespondía: miro al sacerdote y veo en él a Cristo.

- Misión y dimensión apostólica: el sacerdote ejerce una misión recibida de Cristo para servir incondicionalmente a los hermanos.

- Comunión o dimensión eclesial: el sacerdote ha sido enviado a servir a la comunidad eclesial construyéndola según el amor. Ha de vivir la comunión vertical con Dios y horizontal con todos los bautizados. Comunión que le conducirá a vivir y promover la unidad en la Iglesia, y a respetar, amar y valorar cualquier don o carisma que, por estar promovido por el Espíritu, la Jerarquía reconoce.

- Espiritualidad o dimensión ascético-mística: el sacerdote está llamado a vivir en sintonía con Jesucristo y ser signo personal suyo como Buen Pastor.

Parece evidente que estos rasgos que nos definen y dibujan el perfil del sacerdote requieren una atención que entra en el ámbito de la dirección espiritual. Ésta nos ayudará a ser en todo sacerdotes, siempre sacerdotes, sacerdotes a tiempo pleno o lo que es lo mismo con una connotación matemática: sacerdotes cien por cien. Si reflexionamos despacio, concluiremos que estos rasgos expresan la identidad del sacerdote y que, para vivir en total coherencia con sus exigencias, se necesita ayuda: una ayuda recomendada por la Iglesia para vivir con madurez la vocación sacerdotal es la dirección espiritual.

Personalidad: libertad y responsabilidad

Esa madurez se reafirmará con la decisión por parte de cada uno de nosotros de obrar con libertad y responsabilidad personal en nuestra vida sacerdotal. En esa línea, la dirección espiritual ha de ser siempre una decisión libre y responsable. Por ello no es nunca una atadura que obliga o condiciona a las almas y las lleva a permanecer en un continuo infantilismo espiritual. Contribuye a formarse un criterio y una personalidad propia conforme a los planes de la gracia, es decir, al querer de Dios para cada uno. De ninguna manera el director espiritual puede suplantar la personalidad de quien acude a recibirla. Así lo veo yo, así la hago y así la recibo. No se trata de rendir cuentas acerca de mi alma sino de buscar una guía necesaria para mi bien espiritual.

De ahí que conviene al director espiritual ser hombre de oración y acudir con frecuencia al trato con el Espíritu Santo y pedirle las luces convenientes para saber conducir a las almas según Dios y no según él. Quien dirige –en último término- es el Espíritu Santo. El ‘director espiritual’ es un instrumento en sus manos. Debe estar atento a los impulsos de la acción del Espíritu en el alma del que la hace para conducirle o reafirmarle en el camino correcto. Hay una anécdota simpática de un chico pequeño que está aprendiendo a rezar al Angellus; en la primera oración al contestar a la invocación: el Ángel del Señor anunció a María, contestó: y coincidió con el Espíritu Santo. Ésta anécdota sencilla dice mucho de lo que debe haber en el fondo de una dirección espiritual.

Uno, confiando en aquel que le guía en la vida espiritual, a quien libremente ha elegido por motivos sobrenaturales -evidentemente- pero también por motivos humanos pues también lo humano ayuda, busca contrastar su vida (lo que uno hace, lo que vive, cómo vive…) con el fin propio de la vocación recibida: en mi caso con el hecho de ser sacerdote del Opus Dei. En este sentido me gustaron mucho unas palabras que leí de Benedicto XVI en que decía: no obstante una y otra vez, me acomete la ardiente sensación de defraudar mi destino. La idea que Dios tiene de mí, de lo que yo hago, de lo que debería ser. Que no sea yo, sino aquel que Tu deseas, leemos en Forja 122. Esta razón vocacional -entiendo- me mueve a tener dirección espiritual y aceptar el consejo preciso que me ayuda a mejorar mi vida.

Mi experiencia me ha confirmado que cuantos aceptan con humildad los consejos que reciben en la dirección espiritual, los que la hacen con sencillez y sinceridad, te buscan porque saben lo que hay en juego, salen adelante en el camino de su vocación. También tengo la experiencia, tristemente reciente aunque no sea sacerdote, de que el que se cierra en sí mismo, con su problema, le busca una solución a su modo y no escucha -aunque acude no sabes bien a qué- se descamina.

Experiencia de dirección espiritual

Antes me refería a todo lo que parece motivo suficiente para tener dirección espiritual como sacerdotes; puedo aportar también la experiencia de la frecuente dirección espiritual de gente distinta que la busca como necesidad para su vida. Vivir con una conciencia tranquila que es lo mejor en la vida.

Lógicamente, el director espiritual tratará de ayudar, trasmitiendo su propia experiencia espiritual pero con el máximo respeto a cada alma. El fundador del Opus Dei decía -por ejemplo- que el modo de vivir esta vocación es como si uno se hiciera un traje a la medida. Dentro del modo amplísimo de vivir este espíritu cada uno lo adapta –a través de la dirección espiritual- a sus circunstancias personales. Esta es la experiencia que yo trasmito. Habitualmente tengo muy presente unas palabras suyas que me ayudan en el acompañamiento espiritual que presto a gente más bien joven: el fin inmediato de la labor apostólica con gente joven es la formación integral de todos los que toman parte en esa labor. Han de darse cuenta que participan en algo muy importante, porque vienen a disponerse para ser después buenos padres de familia o –si Dios quiere- almas totalmente dedicadas al servicio de Dios. Por eso se les debe exigir empeño, seriedad: un principio de compromiso, sentido de responsabilidad.

Es muy importante mantener –lo digo también para los momentos en que tu mismo la recibes- un delicado respeto por cada alma. En ningún momento podemos dar la impresión de propiedad. Nadie se puede considerar propietario de un alma; por eso me resulta curioso cuando alguna vez oí hablar de mi dirigido/a, o tiene dirección espiritual conmigo … expresiones frecuentes en algún momento o época en el mundo clerical. A este propósito te puedo citar otro comentario de San Josemaría: la tarea de la dirección espiritual hay que orientarla no dedicándose a fabricar criaturas que carecen de juicio propio, y que se limitan a ejecutar materialmente lo que otro les dice; por el contrario, la dirección espiritual debe tender a formar personas de criterio. Y el criterio supone madurez, firmeza de convicciones, conocimiento suficiente de la doctrina, delicadeza de espíritu, educación de la voluntad. Estas palabras, me parece, se pueden aplicar a la dirección espiritual.

Aunque uno tenga sensación de que tiene claro el fin de su vida y, objetivamente, viva bien su vocación; como en todas las cosas buenas siempre se puede ir a más: la santidad consiste en ir a más. La virtud no tiene límites, siempre se puede crecer en ella. La idea que Dios tiene de mí, de lo que debería ser, es un buen argumento para creer en la dirección espiritual. Todos tenemos el peligro -somos buenas personas- de plantearnos ¿no bastaría el recuerdo del primer fervor (el momento de la decisión, de la ordenación) como motor inextinguible para seguir adelante?

A punto de terminar, y a modo de resumen, quiero recordar que los grandes maestros de espiritualidad, en plena sintonía con el sentir de la Iglesia, coinciden en su necesidad tanto para los que están en el comienzo de su vida espiritual como para los que se encuentran muy adelantados. Todos estamos expuestos al peligro de la presunción como del desánimo, del desaliento … y tantas otras cosas; el acompañamiento espiritual es entonces la guía que ayuda a poner cada cosa en su sitio y contribuye a levantar el ánimo en no pocas ocasiones, y seguir por los caminos de la perseverancia y fidelidad.

Permitidme que concluya leyendo el párrafo del Directorio al que me referí antes: tal vida espiritual debe encarnarse en la existencia de cada presbítero a través de la liturgia, la oración personal, el tenor de vida y la práctica de las virtudes cristianas; todo esto contribuye a la fecundidad de la acción ministerial. La misma configuración con Cristo exige respirar un clima de amistad y de encuentro personal con el Señor Jesús y de servicio a la Iglesia, su Cuerpo, que el presbítero amará, dándose a ella mediante el servicio ministerial a cada uno de los fieles. Por lo tanto, es necesario que el sacerdote organice su vida de oración de modo que incluya: la celebración diaria de la Eucaristía con una adecuada preparación y acción de gracias; la confesión frecuente y la dirección espiritual ya practicada en el seminario; la celebración íntegra y fervorosa de la liturgia de las horas, obligación cotidiana; el examen de conciencia; la oración mental propiamente dicha; la lectio divina. Los ratos prolongados de silencio y diálogo, sobre todo, en ejercicios y retiros espirituales periódicos; las preciosas expresiones de la devoción mariana como el Rosario; el Via Crucis y otros ejercicios piadosos; la provechosa lectura hagiográfica. Cada año, como un signo del deseo duradero de fidelidad, los presbíteros renuevan en la Santa Misa del Jueves Santo, delante del Obispo y junto con él, las promesas hechas en la ordenación. El cuidado de la vida espiritual se debe sentir como una exigencia gozosa por parte del mismo sacerdote, pero también como un derecho de los fieles que buscan en él –consciente o inconscientemente- al hombre de Dios, al consejero, al mediador de paz, al amigo fiel y prudente y al guía seguro en quien se puede confiar en los momentos más difíciles de la vida para hallar consuelo y firmeza. Considero que todo lo que ahí se indica es fundamental para vivir nuestro sacerdocio con alegría y eficacia pastoral; es más, podríamos encontrar en este texto un guión -por decirlo así- de una conversación propia de la dirección espiritual aunque realmente no es necesario -ni lo más mínimo- cuadricularla.

Termino con la última de las preces del oficio de pastores que rezamos en la fiesta de San Ildefonso: Señor Jesucristo, que has adoctrinado a la Iglesia con la prudencia y el amor de los santos haz que, guiados por nuestros pastores, progresemos en la santidad.