Vida Sacerdotal - Otros discursos del Romano Pontífice

Mensaje a la Congregación para la Educación Católica sobre la formación de los seminaristas

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1. Con mucho gusto le dirijo mi cordial saludo a usted y a los venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, así como a los miembros de ese dicasterio, reunidos con motivo de la sesión plenaria. Os deseo éxito en las sesiones de trabajo de estos días, durante las que estáis examinando algunas cuestiones que afectan a los seminarios, a las facultades eclesiásticas y a las universidades católicas.

2. Estáis dedicando particular atención al proyecto educativo en los seminarios, que tiene en cuenta la complementariedad fundamental de las cuatro dimensiones de la formación: humana, intelectual, espiritual y pastoral (Cf. «Pastores dabo vobis», 43-59).

A la luz de los actuales cambios sociales y culturales, puede ser útil en ocasiones que los educadores se sirvan del trabajo de especialistas competentes para ayudar a los seminaristas a comprender más a fondo las exigencias del sacerdocio, reconociendo en el celibato un don de amor al Señor y a los hermanos. Ya desde el momento de la admisión de los jóvenes al seminario hay que verificar atentamente su idoneidad para vivir el celibato de manera que lleguen, antes de la ordenación, a una certeza moral sobre su madurez afectiva y sexual.

3. Vuestra asamblea plenaria ha dirigido su atención también a las facultades eclesiásticas y a las universidades católicas, que representan un rico patrimonio para la Iglesia. En la «gran primavera cristiana» que Dios está preparando (Cf. carta encíclica «Redemptoris missio», 86), tienen que distinguirse por la calidad de la enseñanza y de la investigación, de manera que sean capaces de dialogar plenamente con las demás facultades y universidades.

Dada la rapidez del actual desarrollo científico y tecnológico, estas instituciones están llamadas a una renovación continua, viendo la manera de «que los nuevos descubrimientos sean usados para el auténtico bien de cada persona y del conjunto de la sociedad humana» («Ex corde Ecclesiae», 7). Desde este punto de vista, es sin duda útil el diálogo interdisciplinar. En particular, se revela fecundo el diálogo con «una filosofía de alcance auténticamente metafísico» («Fides et ratio», 83), y con la misma teología.

4. Otro argumento interesante de vuestras sesiones de trabajo es la educación cristiana a través de las instituciones escolares. Hace cuarenta años, la declaración conciliar «Gravissimum educationis» delineó, en este sentido, algunos principios que posteriormente ha desarrollado ulteriormente la Congregación para la Educación Católica.

En el contexto de la globalización y del cambiante cruce de pueblos y culturas, la Iglesia experimenta la urgencia del mandato de predicar el Evangelio y entiende vivirlo con renovado ímpetu misionero. Por tanto, la educación católica se presenta, cada vez más como el fruto de una misión que debe ser «compartida» por sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos. En este horizonte se enmarca el servicio eclesial que ofrecen los profesores de religión católica en la escuela. Su enseñanza contribuye al desarrollo integral de los estudiantes y al conocimiento del otro en el recíproco respeto. Por este motivo, es sumamente vivo el deseo de que la enseñanza de la religión sea reconocida en todos los lugares y tenga un papel adecuado en el proyecto educativo de las instituciones escolares.

5. Quisiera mencionar, por último, la eficaz obra vocacional que desarrolla la Obra Pontificia para las Vocaciones Sacerdotales, instituida por mi venerado predecesor Pío XII. Ante todo, apoya la Jornada Mundial de Oración para las Vocaciones, una cita anual que entrecruza iniciativas y acontecimientos de pastoral vocaciones en todas las diócesis.

Al manifestar profundo reconocimiento por esta benemérita y fecunda institución, aliento con gusto a quienes dedican tiempo y cansancio a promover una pastoral capilar de las vocaciones dentro de la comunidad eclesial. Me parece, además, muy oportuna la iniciativa espiritual emprendida por esta institución durante el año dedicado a la Eucaristía para crear, a través de turnos de oración en cada continente, un hilo de oración que una entre sí a las comunidades cristianas del mundo entero.

6. Quisiera confirmar en este contexto que la Eucaristía es el manantial y el alimento de toda vocación sacerdotal y religiosa. Deseo, por tanto, expresar mi aprecio por toda iniciativa integrada en esta «red» de oración por las vocaciones, y espero que pueda abrazar al mundo. Que María, «Mujer eucarística», vele por quienes dedican sus energías a la pastoral vocacional.

A todos vosotros y a vuestros seres queridos os imparto de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 1 de febrero de 2005