Vida Sacerdotal - El sacramento de la Penitencia

La confesión como terapia

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Los cristianos, el pueblo de Dios hace tiempo que tienen ojos y no ven, oidos y no oyen; y les cuesta mucho, muchísimo pedir perdón y reparar. Jesús sabía de que barro estamos hechos cuando suplicó: “ Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”

Conocí a un personaje con un cargo importante. Un poco cegato de ojos y de mente. Se levantaba por las mañanas, entraba en la empresa y empezaba a dar cornadas -disposiciones y ordenes- a diestro y siniestro. De pronto veía a uno con las tripas fuera: ¿Juan, que te pasa?. ¿Que qué me pasa? Responde Juan, que me acabas de dar una "corná".

¿Quéee, cómooo, yooo? El tal personaje no sabía lo que hacía, pero tenía una rara virtud: Ante Dios y ante los hombres sabía pedir perdón y reparar los desperfectos. Igualmente, los cristianos, el pueblo de Dios hace tiempo que tienen ojos y no ven, oídos y no oyen; y les cuesta mucho, muchísimo pedir perdón y reparar. Jesús sabía de que barro estamos hechos cuando suplicó: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Una de las funciones esenciales del sacerdote es perdonar ¡siempre! los pecados, y perdonarlos a través de la confesión. En el Catecismo de la Iglesia Católica se sigue recomendando vivamente el sacramento de la penitencia. Un verdadero milagro de amor. ¿Por qué nos confesamos tan poco hoy? Sin embargo, no oímos a ningún sacerdote advertir a las muchedumbres que se acercan a comulgar sobre el grave pecado de hacerlo en pecado mortal. Unos por otros y la casa sin barrer. ¿Hasta cuándo?

Confesionario en una iglesia rural
Confesionario
en una iglesia rural

Hace poco, tras una reunión de niños con el Papa una niña le pregunta ¿ Por qué hay que confesar frecuentemente? El Papa respondió: ¿Y por qué barre y limpia la casa tu mamá todos los días? Aunque tenga poco polvo y suciedad la limpia sin esperar a que la casa huela mal y se convierta en una pocilga. Como el polvo, las pequeñas ofensas ensucian el alma y las amistades, y poco a poco esta suciedad, si no la eliminamos, nos acarreará serios disgustos.

Muchos religiosos y laicos tienen la norma de confesarse todas las semanas, pero ¿de que pecados? De los que nunca nos confesamos, del primero y principal de todos los mandamientos: De amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Así:

El buen hijo nunca miente, roba, maltrata u ofende de cualquier otra forma a su Padre, pero el Padre no se conforma con eso, quiere ser amado, que se le trate con cariño, que le obedezcamos, que nos acordemos de su cumpleaños, le quitemos trabajo, le hagamos un regalito de vez en cuando, mantengamos conversaciones con él… Además, Cristo dijo: “El que me ama es el que cumple mis mandamientos”

Hay otras muchas cosas de las que tampoco se nos ocurre confesarnos ni pedir perdón: a) De no hacer nuestros trabajos con la mayor perfección posible, de las chapuzas. b) De conducir peligrosamente o con dos copas de más c) De perder nuestro tiempo y hacérselo perder a los demás, una forma de robo como otra cualquiera. d) De no hacer la vida amable a los que nos rodean gruñendo, criticando, murmurando siempre, sin decir una palabra de estímulo o amable a nadie; cosas que no matan pero hacen la vida triste. e) De no agradecer nunca la comida con una palabra cariñosa a nuestra madre o esposa f) De no ayudar en las tareas de la casa , de maltratar a los inferiores, de no apagar la televisión ante un programa peligroso, de no ayudar a los inmigrantes ni dar un euro para los afectados por terremotos, incendios, inundaciones,… Además, pedir perdón en cuanto “metemos la patita” es una forma inteligente de terminar rápidamente con discusiones y malentendidos.

Muy duro es pedir perdón a los hombres y muy grave para los cristianos no hacerlo ante Dios. Y sin pedir perdón y perdonar, no hay ni habrá nunca paz. Especialmente, hemos olvidado los pecados de omisión: “Todo lo bueno que pudimos hacer y no hicimos”. Los gobernantes, no solo los políticos, nos dicen siempre lo que han hecho bien, los gobernados o la oposición lo que hicieron mal; pero ninguno nos dicen nunca lo que tenían que haber hecho y no hicieron. A menudo lo más importante.

Por otra parte, en estos días en que tantas personas andan agobiada por depresiones, y ansiosas de paz y equilibrio espiritual, pocas terapias encontrarán tan gratificantes como una confesión bien hecha. Solo tiene un defecto: ¡ES GRATIS!

Fuente: Revista Arbil, nº 98, noviembre de 2005.

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