Londres, 6 de abril de 2005. Quizás una de las consecuencias más extrañas, aunque sea pequeña, que surgen como consecuencia de la muerte de un papa en Roma es que los protestantes en Inglaterra deben comenzar a preguntarse qué sucede al poder de su fe. Pues mientras se aproximaban las exequias de Juan Pablo II el último viernes, algunos historiadores y columnistas han sugerido que la respuesta inglesa a su muerte ha demostrado, en palabras de Mark Almond, un historiador de Oxford, que casi cinco siglos después de su fundación, "la Inglaterra protestante ha muerto."
Nada ha hecho más para crear esa impresión que la decisión el lunes del príncipe Carlos de posponer un día su boda con Camilla Parker Bowles, fijada inicialmente para el viernes, para permitir al primer ministro Tony Blair y al arzobispo de Canterbury, el Reverendísimo Rowan Williams, jefe de la iglesia de Inglaterra, asistir al entierro papal en vez de a una boda real. Incluso Carlos mismo -representante de una monarquía que rompió con Roma en el siglo XVI- está planeando asistir al entierro en nombre de su madre, la reina Isabel II, el jefe del Estado. Esto hace que este país sea uno de los pocos que estarán representados en el entierro por la Iglesia, el Estado y el Gobierno.
"El entierro de un papa, dejemos esto claro, nunca ha sido hasta este momento la clase de acontecimiento que se consideraba que requiere la asistencia del primer ministro británico, o incluso del arzobispo de Canterbury," ha escrito Martin Kettle en su columna en The Guardian. "Es duro no aguantarse la respiración ante la ruptura con la historia nacional que todo esto representa."
O bien, como Almond lo expresó, "Enrique VIII debe estar revolviéndose en su sepulcro de Windsor."
Las raíces de todo esto retroceden de nuevo al rechazo de la autoridad papal por Enrique VIII para evitar las restricciones católicas en asuntos de divorcios y segundas nupcias. Ese rechazo cristalizó en una trayectoria constitucional que definió la identidad inglesa con siglos de obstinada independencia y de confianza en sí misma. Por supuesto, mucho ha cambiado en las décadas recientes, no sólo el papado y la monarquía británica. Pero el entierro del papa ha mostrado las contradicciones en una revelación más aguda: el Príncipe Carlos sigue siendo el heredero al trono y por lo tanto el futuro gobernador supremo de la Iglesia de Inglaterra, la Iglesia establecida de Inglaterra con privilegios y responsabilidades específicos. La Iglesia y la monarquía, así, tienen todavía vínculos formales.
Por otra parte, cuando el Sr. Blair pidió el consentimiento de la reina el martes para disolver al parlamento y hacer la convocatoria de las elecciones el 5 de mayo, estaba reforzando los enlaces ceremoniales que ligan a la monarquía, al gobierno y al parlamento. Pero esos lazos en épocas recientes no producen de modo manifiesto más sentido de la identidad nacional inglesa que el agitar la bandera roja y blanca de San Jorge entre los seguidores de fútbol y otros deportes.
"Pienso que lo que ha sucedido, particularmente desde los últimos años 50, ha sido un declive en lo que se podría llama una perspectiva protestante nacional," ha dicho en una entrevista Perry Butler, historiador de la iglesia en Londres. Añadió que "el protestantismo nacional como cultura que tiene en su corazón un anticatolicismo muy fuerte existe solamente en Irlanda del Norte" y reductos de Gran Bretaña. La Iglesia de Inglaterra en sí misma -parte de la Comunión Anglicana con sus más de 40 provincias alrededor del mundo- ha estado en declive desde hace tiempo, luchando para guardar la paz con una sociedad que se ha movido lejos desde sus preceptos morales de antes sobre el divorcio, el aborto y la homosexualidad.
El número de los miembros del clero anglicano ha caído desde los 18.000 de los últimos años 60 a cerca de 9.500, según dijo el Sr. Butler. La sociedad británica se ha convertido en multiracial y multicultural. Dijo que "la Iglesia de Inglaterra también ha sido exprimida por el crecimiento del protestantismo sectario" y de otras religiones, mientras que el número de los católicos romanos se ha elevado a alrededor 10 por ciento de la población.
Eso no es todo. Desde la muerte del papa anterior, Juan Pablo I, en 1978, la relación entre los anglicanos y el Vaticano ha cambiado con el avance de la diplomacia ecuménica que ha alterado el tono, si no la sustancia, del debate. Aproximadamente en el mismo período, la monarquía misma de Gran Bretaña se ha encontrado desprestigiada cada vez más. Recuérdese, por ejemplo, la boda real de cuento de hadas en la catedral de San Pablo, cuando Carlos se casó con Diana en 1981 bajo la mirada de todo el mundo. Es difícil imaginar que un acontecimiento de esa magnitud se retrase incluso para el entierro de "un hombre tan grande como el papa Juan Pablo," como escribió el columnista Stephen Glover en The Daily Mail. "La oficina de registros nupciales del príncipe Carlos, por el contrario, es eminentemente movible."
Pero quizás el cambio más grande está en el sentido del mundo de qué ha venido a significar el papado, y qué papel representan los políticos en los acontecimientos de gran convocatoria de una élite globalizada. Con su horario de viaje de torbellino y habilidades de concertista de rock para atraer a las grandes masas, Juan Pablo II se propulsó a sí mismo y a su oficio a la celebridad, en consonancia quizás con la tendencia de una era.
"El funeral del viernes será el entierro de una celebridad, además de un acontecimiento religioso," dijo el Sr. Kettle. "Esa es la razón por la que George Bush está cruzando el Atlántico hacia el acontecimiento de esta semana, mientras que en 1978 el no menos religioso Jimmy Carter prefirió enviar a su madre a las exequias de Juan Pablo I."
Fuente: The New York Times, 8 de abril de 2005
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