Esta mañana fui a atender a una mujer mayor en su casa. Había concertado previamente con su hijo que la visitaría hoy y le llevaría el Santísimo para que comulgara. Como siempre suelo hacer en estos casos, caminaba rezando y acompañando al Señor con jaculatorias eucarísticas. Pero cuando llegué a su casa, el hijo me informó desde la puerta que no podría pasar porque su madre había dormido mal y no se sentía bien. Por lo tanto, regresé con el Santísimo.
Aclaro que resido en Buenos Aires, ciudad en la que el pico de la pandemia aún no ha llegado, los casos aumentan día tras día, y la cuarentena es estricta y avisan que se va a endurecer aún más. Como si el tiempo quisiera acompañar este panorama, hoy es un día frío y gris, anunciando el invierno que entra pasado mañana. Para los creyentes, se añaden otros motivos de tristeza: este año no tenemos Corpus Christi, no hay Misas públicas y las iglesias están abiertas con restricciones.
Aunque fui amable con el hijo, en mi interior lo tomé mal, lo reconozco. ¿Por qué no me avisó antes y no me hubiera hecho perder el tiempo? Luego rectifiqué y pensé: estamos en la Octava del Corpus Christi, así que esta será mi particular procesión. En efecto, aunque no había sido mi intención, hice un recorrido circular por las calles paseando al Señor.
Todos los años, de un modo público y acompañado de incienso, Jesús en la Eucaristía sale a nuestras calles y plazas, las multitudes lo acompañan y cantan mientras nos bendice. Todos los años menos este, en que las cicunstancias lo impiden. Sin embargo, aunque los demás viandantes con los que me crucé no lo sabían, Jesús estaba en la calle, y seguro que los bendijo.
También pensé que Cristo sí sale a la calle muchas veces, no solo cada vez que un sacerdote lleva la comunión a un enfermo. El Señor estaba en los voluntarios que repartían comida a indigentes a la puerta de la iglesia de las Esclavas, cuando pasé delante de ella. También estaba en los taxistas que circulaban, desafiando el riesgo del contagio, porque quieren cumplir con sus deberes familiares y llevar dinero a sus hogares. También estaba en los que se contienen y no salen a la calle, aunque tienen enormes deseos de pasear, por cumplir los consejos de quedarse en casa.
Cristo está en todos los que reciben obras de misericordia, como él nos advirtió: «cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). También habita en el alma que está en gracia (cf. Jn 14, 23). Por ello, este año sí ha habido procesión del Corpus Christi. Todos podemos llevar a Cristo, todos podemos hacer que Él esté presente en las actividades humanas en medio del mundo.
Así lo dijo San Josemaría: «como Cristo pasó haciendo el bien (Act X, 38) por todos los caminos de Palestina, vosotros en los caminos humanos de la familia, de la sociedad civil, de las relaciones del quehacer profesional ordinario, de la cultura y del descanso, tenéis que desarrollar también una gran siembra de paz» (Homilía El corazón de Cristo, paz de los cristianos).
Por ello, cada fiel cristiano que está en gracia de Dios, organiza una procesión del Corpus Christi privada cada vez que sale a la calle o ayuda en su casa o su trabajo a otros. Este año sí hubo Corpus en las calles de nuestras ciudades.