Vida Sacerdotal - El sacerdote y la evangelización

Algunos aspectos sobre la evangelización

el . Publicado en El sacerdote y la evangelización

Comentario a la Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización promulgada por la Congregación para la Doctrina de la Fe el 3 de diciembre de 2007.

Actualmente se usa con frecuencia el término evangelizar para indicar la misión de la Iglesia de anunciar el Evangelio: así en la nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización, que estamos comentando, se define la evangelización como «realizar la traditio Evangelii, el anuncio y transmisión del Evangelio, que es ‘fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree’ (Rom 1, 16) y que en última instancia se identifica con el mismo Cristo (1 Co 1, 24)» (n. 2). Así entendida la evangelización tiene como destinataria toda la humanidad, y no se debe entender solo como una transmisión de una doctrina, sino «anunciar a Jesucristo con palabras y acciones, o sea, hacerse instrumento de su presencia y actuación en el mundo» (idem).

Púlpito en la catedral de Lyon (Francia)Por evangelizar se debe entender por lo tanto la conversión personal, no solo la catequesis, la doctrina que se da a conocer. La misión de la Iglesia es que la doctrina que transmite no sea solo un conocimiento, sino que se convierta en vida, que quienes reciben el Evangelio lo conozcan y lo hagan vida. En este sentido se puede hablar de facetas particulares de la evangelización, como la evangelización de la cultura o del deporte. En la medida en que la doctrina del Señor impregne la sociedad, todas las actividades humanas serán un reflejo del Evangelio, y habrá un modo particular de vivir el Evangelio en el deporte o en la cultura. No debemos olvidar que hay que esforzarse para que Cristo reine en la cumbre de todas las actividades humanas, como enseñó San Josemaría Escrivá. Pero el anuncio del Evangelio no se hace a cosas o actividades, sino a personas. Por ello evangelizar en las actividades humanas significa hacer que el Evangelio impregne las actividades que desarrollan las personas que realizan esa actividad. Cristo reinará en una actividad porque los que la desarrollan quieren ser fieles al Señor.

En otras épocas se ha usado el término apostolado, que hoy quizá sea menos frecuente y en algunos ambientes resulte incluso algo obsoleto. De hecho parece que hoy día en el lenguaje corriente y en la predicación se prefiere hablar de evangelización. Aquí se toman ambos términos como sinónimos.

Se hace necesario otro apunte terminológico. Toda evangelización tiende a la conversión. El término que se ha usado por mucho tiempo para designar a la conversión es el de proselitismo. Actualmente este vocablo tiene un sentido negativo que recoge esta misma Nota: «originalmente el término ‘proselitismo’ nace en ámbito hebreo, donde ‘prosélito’ indicaba aquella persona que, proviniendo de las ‘gentes’, había pasado a formar parte del «pueblo elegido». Así también, en ámbito cristiano, el término proselitismo se ha usado frecuentemente como sinónimo de actividad misionera. Recientemente el término ha adquirido una connotación negativa, como publicidad a favor de la propia religión con medios y motivos contrarios al espíritu del Evangelio y que no salvaguardan la libertad y dignidad de la persona. En ese sentido, se entiende el término ‘proselitismo’, en el contexto del movimiento ecuménico (1). Más abajo se hacen unas precisiones sobre el proselitismo.

La Nota que comentamos afronta la evangelización en el contexto de algunos debates que se dan en la actualidad. En concreto:

a) Relación entre evangelización y libertad religiosa. Se afirma que la evangelización es en sí misma contraria a la libertad de las personas de profesar cualquier confesión religiosa. «A menudo se piensa que todo intento de convencer a otros en cuestiones religiosas es limitar la libertad. Sería lícito solamente exponer las propias ideas e invitar a las personas a actuar según la conciencia, sin favorecer su conversión a Cristo y a la fe católica: se dice que basta ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a su propia religión, que basta con construir comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad» (n. 3)

b) Falta de necesidad de la evangelización, porque es posible salvarse sin pertenecer a la Iglesia Católica. «No debería anunciar a Cristo a quienes no lo conocen, ni favorecer la adhesión a la Iglesia, pues sería posible salvarse también sin un conocimiento explícito de Cristo y sin una incorporación formal a la Iglesia».

Muchas veces se ha usado el término proselitismo para designar la misión evangelizadora de la Iglesia. Cuando lo hace el Magisterio de la Iglesia, naturalmente no lo hace para aprobar el uso de medios violentos; al contrario, en el Magisterio se pueden encontrar bastantes condenas al uso de la violencia en la misión evangelizadora de la Iglesia (2). Este punto hoy no debería ofrecer ningún problema doctrinal. Hay que salir al paso, sin embargo, de la doctrina que acusa a la Iglesia de hacer proselitismo porque considera que cualquier propuesta del Evangelio es proselitismo, es hacer de algún modo una violencia sobre las conciencias. Esta Nota afronta esta cuestión.

Implicaciones antropológicas

En primer lugar se debe recordar la tendencia del hombre de buscar la verdad, que se refiere no solo a la verdad intelectual sino también a la verdad en el actuar, es decir el bien. En la búsqueda de la verdad actúa ya el Espíritu Santo. «Sin embargo, hoy en día, cada vez más frecuentemente, se pregunta acerca de la legitimidad de proponer a los demás lo que se considera verdadero en sí, para que puedan adherirse a ello. Esto a menudo se considera como un atentado a la libertad del prójimo» (n. 4). Esta doctrina es consecuencia del relativismo y una de sus consecuencias, el agnosticismo, para el cual «la legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. Este es uno de los síntomas más difundidos de la desconfianza en la verdad que es posible encontrar en el contexto actual» (3).

En la búsqueda de la verdad todos necesitamos ayuda. Nadie puede comenzar desde cero en su conocimiento del mundo. Todos aprendemos cosas de quienes nos han precedido. Es importante por ello el papel que juega el entorno cultural o familiar, pues determina que comprendamos la realidad de un modo u otro. En el madurar intelectual de una persona muchas de esas verdades recibidas pueden ser puestas en duda y discutidas críticamente. Muchas de las verdades adquiridas son “recuperadas” y actualizadas por la propia experiencia. Sin embargo siempre serán muchas más las verdades transmitidas por otros que las constatadas personalmente. «La necesidad de confiar en los conocimientos transmitidos por la propia cultura, o adquiridos por otros, enriquece al hombre ya sea con verdades que no podía conseguir por sí solo, ya sea con las relaciones interpersonales y sociales que desarrolla» (n. 5). Sería del todo contraproducente un individualismo cultural.

Esto mismo se puede aplicar al conocimiento de lo sobrenatural. Todos aprendemos de otros en esta materia, y quienes consideran que han alcanzado certezas en materia de fe sobrenatural hacen bien en transmitirlas.

Esta doctrina se complemente con la obligación que tenemos de buscar la verdad también en el ámbito sobrenatural. Si se actúa con rectitud de intención en esta búsqueda, no se debe excluir a priori las verdades sobrenaturales que se atribuyen a sí mismas el carácter de reveladas. Al contrario, lo correcto es examinar su credibilidad, no negarlas por el mero hecho de que las hemos recibido de otros. La constatación de que nos fiamos de los conocimientos transmitidos por otros nos ayuda a entender que Dios mismo puede revelarse no a todos, sino a unos los cuales difunden la revelación por toda la humanidad.

En este sentido el Concilio Vaticano II afirma: «la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social, es decir, mediante una libre investigación, sirviéndose del magisterio o de la educación, de la comunicación y del diálogo, por medio de los cuales unos exponen a otros la verdad que han encontrado o creen haber encontrado» (4). En cualquier caso, la verdad «no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad» (5). Es legítimo y honesto, por lo tanto, estimular honestamente la inteligencia y la libertad de una persona hacia el conocimiento de las verdades sobrenaturales reveladas.

La actividad evangelizadora es también coherente con otro principio antropológico, y es la tendencia a difundir el bien: todos tendemos a hacer partícipe a los demás de los propios bienes. Se puede decir que los cristianos que no intenten difundir la doctrina proclamada por el Señor que está recogida en los Evangelios, quizá no están convencidos del bien que esa doctrina supone para los hombres. «Los auténticos evangelizadores desean solamente dar gratuitamente lo que gratuitamente han recibido» (n. 8).

Implicaciones eclesiológicas

El Señor varias veces, y especialmente en el día de la Ascensión, dio el mandato apostólico a los Apóstoles: «id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15); «id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19-20). Desde el primer momento los Apóstoles y los cristianos lo entendieron, y fueron por todo el mundo predicando y evangelizando. Actuando así los cristianos de todas las épocas han considerado que hacían una obra buena y ejercitaban la caridad.

Actualmente sin embargo hay una cierta corriente que interpreta la tarea evangelizadora como negativa. Existe una cierta actitud de rechazo por razones de respeto a la cultura de los demás: sería incluso intolerante presentar a los demás la religión propia como superior porque es más verdadera.

En ciertos países de América Latina se difunden ideas indigenistas, según las cuales el encuentro de dos culturas a partir de 1492 resultó una imposición cultural, incluyendo por supuesto la religión. En muchos lugares del mundo, no solo en América Latina, se fomentan actitudes de respeto hacia los tradiciones culturales, lo que supone una carga negativa a la evangelización. Se ha acuñado incluso el término etnocentrismo, según el cual es un crimen imponer a otras civilizaciones la propia visión cultural. Según la explicación más radical, existe un genocidio cuando se ven a otros pueblos como muy inferiores hasta el punto de ignorar su dignidad humana. Y existe etnocetrismo cuando se ve a otros pueblos como inferiores aunque menos que los genocidas hasta el punto de imponer la propia visión cultural. Quienes obran con etnocentrismo verían su propia cultura como superior y digna de ser impuesta: por supuesto, en ello se incluye la religión que se aporta con una civilización. La actividad misionera -la actual o la que se hizo desde 1492 en América- sería una actitud etnocentrista. En otros ambientes se lucha contra la globalización, en cuyo concepto se introduce también la religión: se debe evitar que los valores culturales occidentales se conviertan en globales, y el cristianismo es uno de ellos.

En odas estas visiones subyace el concepto de religión como simple valor cultural. Desde hace mucho tiempo la Iglesia ha insistido en la inculturización de la fe, de modo que la doctrina cristiana se separe de los presupuestos culturales occidentales y sea fácilmente asimilable por otras culturas. Sin embargo, hay valores culturales que son occidentales porque la fe cristiana ha tenido ocasión de imbuir esta civilización durante muchos siglos. Naturalmente esos valores la Iglesia los difunde por todas partes. Así el respeto a la dignidad de las personas. Estos valores antes que occidentales son cristianos, y los colonizadores occidentales los han difundido por todo el mundo no porque sean valores culturales occidentales, sino porque la civilización occidental los asimiló antes que otras culturas.

Dejando de lado las cuestiones que se refieren al valor igual de todas las culturas y a la necesidad de inculturizar la fe, lo que sí es cierto es que cuando se habla de religión se debe tener en cuenta también que la cultura debe acercarnos a la verdad, y por ello será más válida la doctrina que se acerque más a la verdad. Sería una falta contra la caridad dejar a la población en situación de ignorancia respecto a la verdad, como sería una falta de caridad dejar de difundir los antibióticos porque son occidentales (6).

En cuanto a la libertad religiosa, ciertamente se debe respetar y promover: la verdadera libertad religiosa consiste en el derecho a buscar la verdad y a adherirse a ella cuando una persona considera que la ha encontrado. Por eso la Iglesia no impone su doctrina, la propone. Pero no se debe negar su derecho a proponer a todas las personas su doctrina. La libertad religiosa y su fomento «en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad que salva» (7).

Implicaciones ecuménicas

La misión de la Iglesia es universal y no se limita a determinadas regiones del planeta. «La Iglesia Católica realiza su misión en territorios en los que hay una mayoría de población cristiana no católica. En sentido estricto se habla de ‘missio ad gentes’ dirigida a los que no conocen a Cristo. En sentido amplio se habla de ‘evangelización’, para referirse al aspecto ordinario de la pastoral, y de ‘nueva evangelización’ en relación a los que han abandonado la vida cristiana» (n. 12). Es conocido que algunas autoridades cristianas han visto con recelo la actividad de la Iglesia Católica en su propio territorio, y la han acusado de proselitismo. Realmente el mero hecho de anunciar la doctrina cristiana en un territorio de mayoría cristiana no católica, no es proselitismo. Aunque los católicos serán prudentes en estos casos por razones de conveniencia, sin embargo se debe defender su derecho a evangelizar. Naturalmente se debe evitar cualquier presión indebida.

«Si un cristiano no católico, por razones de conciencia y convencido de la verdad católica, pide entrar en la plena comunión con la Iglesia Católica, esto ha de ser respetado como obra del Espíritu Santo y como expresión de la libertad de conciencia y religión. En tal caso no se trata de proselitismo, en el sentido negativo atribuido a este término» (n. 12).

Como conclusión se debe recordar la dimensión de caridad que tiene el anuncio del Evangelio: «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14).

Notas

(1) cf. The joint Working Group between the Catholic Church and the World Council of Churches, “The Challenge of Proselytism and the Calling to Common Witness” (1995)» . Citado en la Nota que se está comentando, en la nota a pie de página n. 4.

(2) Baste citar la Declaración Dignitatis humanae del Concilio Vaticano II, o la Encíclica Redemptoris missio, n. 55, de Juan Pablo II.

(3) Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et ratio, n. 5: AAS 91 (1999), 9-10, citada en la Nota que se está comentando, n. 5.

(4) Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanae, n. 3

(5) Ibidem, n. 1.

(6) Esta es la mentalidad de ciertos pueblos indígenas: “Un Arhuaco, por ejemplo, se puede enfermar, porque quita una piedra de su lugar, la cual no debió quitar. Solo al devolverla a su sitio, va a encontrar la solución a su enfermedad o a su problema, cualquiera que sea” (Leonor Zalabata, Pensamiento arhuaco, en http://www.bioeticaunbosque.edu.co/Articulos/Articulos_Compl/Pensamiento_Arhuaco.pdf, consultada el 2 de septiembre de 2008). Si un enfermo arhuaco acude a un médico occidental y este le diagnostica una infección severa, y debe escoger entre recetarle un antibiótico o buscar la piedra que el enfermo quitó de su lugar, parece que el dilema ético se debe resolver a favor de la receta del antibiótico, y no se le puede reprochar al médico al médico su elección por razones culturales. Otra cosa sería incluso un delito por negligencia médica. Esta idea se puede aplicar a la evangelización.

(7) Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n. 28; cit. en Nota, 10.