Así debería haber sido siempre. Ningún ser humano puede exigir a nadie una dedicación sobrehumana, pero el Señor, que nos ha llamado para ser sacerdotes, sí que lo requiere: a la medida de Cristo, que no vino al mundo para ser servido, sino para servir y dar la vida por la salvación eterna de los hombres.
Pero es muy fácil acoger adherencias propias de una y otra época. Quizás en otros tiempos, el hecho de que el sacerdote fuera un hombre "estudiado" moviera a algunos a rodearse de otras personas de una categoría semejante a la que él lograba por sus conocimientos. Sin embargo no era eso lo que debía ser. Y de hecho no han faltado nunca sacerdotes que han servido a los más humildes, y que se han hecho pobres con los pobres.
Que lo digan si no tantas personas que han heredado la enfermedad y la pobreza de sus padres. ¿A quién han acudido? ¿Quién les ha ofrecido calladamente la ayuda que necesitaban para seguir viviendo? Hoy existe en el mundo en que vivimos una sensibilidad que hace que las administraciones de los países se ocupen de la formación y de la ayuda social, especialmente en casos de necesidad. Sin embargo en otros tiempos había siempre huecos, que había de cubrir el sacerdote.
En la actualidad existen también lagunas que llenar. Por ello, un sacerdote entregado a servir a sus semejantes sigue teniendo sentido.
Habrá de ocuparse de algo a lo que la sociedad actual no es tan sensible. El sacerdote ha de ser testigo de otras realidades no tan fácilmente perceptibles como las terrenas. Habrá de ayudar al hermano a captar, más allá del cuerpo, ese espíritu que anima a toda persona; habrá de sensibilizar a los creyentes para que sepan que no hay amor a Dios si no hay amor al hombre, en especial al más necesitado; y habrá de testimoniar ante los no creyentes ese amor que ha sido característica fundamental de la vida de Cristo; y habrá de ser testigo para unos y otros de la esperanza en otra vida que el Señor ha establecido para nosotros, y hacia la cual hemos de caminar, con un corazón sensible y sacrificado por los hermanos.
Los sacerdotes se preparan en los seminarios, y San José, que educó junto con su esposa a Jesús, es el patrono de esos Centros de Formación.
En este año en que celebramos el bimilenario del nacimiento de San Pablo, la Iglesia exhorta a los seminaristas a sentirse "apóstoles por la gracia de Dios", y a integrar en sus vidas tal identificación con Cristo que les mueva a decir como el apóstol de los gentiles: "Vivo yo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí".
Así pues, en el día del Seminario de este año, el seminarista ha de familiarizarse más que nunca con San Pablo para servir a los hombres la ayuda material que precisen, pero sobre todo el sentido de una vida que habla de fe, esperanza y caridad.
En correspondencia, toda la comunidad cristiana deberá pedir al Señor que nos envíe sacerdotes que sean servidores del pueblo, para ofrecer, junto al servicio material, el servicio de la palabra y de los sacramentos de la vida, como preparación para alcanzar esa vida celestial, que el Señor nos ofrece.
José Fernández Lago es Canónigo Lectoral de la Catedral de Santiago de Compostela
Fuente: El Correo Gallego, 18 de marzo de 2009