Ven, oh Espíritu Santo,
y da a los sacerdotes, dispensadores de los misterios de Dios,
un corazón nuevo que actualice toda su educación y toda su preparación,
que les haga conscientes cual sorprendente revelación del sacramento recibido,
y que responda siempre con nueva ilusión
a los incesantes deberes de su ministerio,
en orden a tu Cuerpo Eucarístico y a tu Cuerpo Místico.
Dales un corazón nuevo,
siempre joven y alegre.
Ven, oh Espíritu Santo,
y da a nuestros sacerdotes,
discípulos y apóstoles de Cristo Señor,
un corazón puro,
capaz de amarle solamente a Él con la plenitud, el gozo, y la profundidad
que solo Él sabe dar,
cuando constituye el exclusivo y total objeto
del amor de un hombre que vive de tu gracia;
dales un corazón puro que sólo conozca el mal
para denunciarlo, combatirlo y huir de él;
un corazón puro como el de un niño,
pronto al entusiasmo y a la emoción.
Ven, oh Espíritu Santo,
y da a los ministros del pueblo de Dios
un corazón grande,
abierto a tu silenciosa y potente Palabra inspiradora;
cerrado a toda ambición mezquina,
a toda miserable apetencia humana;
impregnado totalmente del sentido de la Santa Iglesia;
un corazón grande,
deseoso únicamente de igualarse al del Señor Jesús,
y capaz de contener dentro de sí
las proporciones de la Iglesia, las dimensiones del mundo;
grande y fuerte para amar a todos,
para servir a todos,
para sufrir por todos;
grande y fuerte para superar cualquier tentación,
dificultad, hastío, cansancio, desilusión, ofensa;
un corazón grande, fuerte, constante,
si es necesario hasta el sacrificio,
feliz solamente de palpitar con el Corazón de Cristo
y de cumplir con humildad, fidelidad y valentía
la voluntad divina.
Amén.
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