Discurso del Papa Juan Pablo II en conexión televisiva por satélite a los sacerdotes reunidos en Malta, sobre la necesidad para la Iglesia de presbíteros santos.
Jueves 21 de octubre de 2004
Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos sacerdotes:
1. De buen grado me uno idealmente a vosotros, que habéis acudido a Malta para participar en un significativo encuentro espiritual. Os saludo con afecto y, a través de vosotros, saludo a las comunidades de las que provenís. Os habéis reunido en Malta, isla que conserva la memoria viva del paso de san Pablo. Conquistado por Jesús, se convirtió en humilde y valiente servidor del Evangelio hasta afirmar con vigor: "Estoy crucificado con Cristo: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20).
2. Todo sacerdote, llamado por la Providencia divina a ayudar a los hombres y a las mujeres, a los jóvenes y a los adultos a seguir las huellas del Maestro divino, puede reconocer en estas palabras de san Pablo su programa. La Iglesia necesita presbíteros santos, que sean a su vez "forjadores de santos para el nuevo milenio".
Queridos hermanos, el Señor os invita a ser sus apóstoles ante todo con la santidad de vuestra vida. A vosotros os corresponde hacer que en todo lugar resuene la fuerza de la palabra de verdad del Evangelio, la única que puede cambiar a fondo el corazón del ser humano y darle la paz.
3. Queridos sacerdotes, si os dejáis conquistar por Cristo como el apóstol san Pablo, también vosotros seréis capaces de proclamar por los caminos del mundo la infinita misericordia del Padre celestial, "que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 4). Así llegaréis a ser maestros creíbles de vida evangélica y profetas de esperanza.
En un mundo inquieto y dividido, marcado por la violencia y los conflictos, hay quien se pregunta si aún es posible hablar de esperanza. Pero precisamente en este momento es indispensable presentar con valentía la verdadera y plena esperanza del hombre, que es Cristo nuestro Señor.
4. El modelo celestial en el que debéis inspiraros sigue siendo siempre la Virgen María. Al ángel Gabriel la humilde muchacha de Nazaret le manifestó su plena disponibilidad a cumplir la voluntad divina: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).
Confirmó después el fiat inicial en cada momento de su vida hasta el Calvario, donde Jesús poco antes de morir la encomendó a Juan: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 27). Desde aquel día María se convirtió en la madre de todos los creyentes; de modo especial en vuestra madre, queridos sacerdotes, para acompañaros cada día a lo largo del camino.
5. Recurrid constantemente a ella en vuestro ministerio. La Virgen os ayudará a presentar a los niños y a los jóvenes, a las familias y a los enfermos, a los empresarios y a los obreros, a los intelectuales y a los políticos, en otras palabras, a toda la humanidad, el fruto bendito de su vientre, el Redentor crucificado y resucitado. Ojalá que todos lo acojan, lo amen y le sean fieles hasta el final de su existencia.
A todos imparto con afecto mi bendición.
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