Vida Sacerdotal - Otros discursos del Romano Pontífice

Discurso a los miembros de la Dirección de la Revista Teológica "La Scuola Cattolica"

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

Os doy la bienvenida con motivo del 150 aniversario de la revista La Scuola Cattolica, expresión del Seminario Archidiocesano de Milán. Os saludo a vosotros, superiores y formadores y, a través de vosotros, también a los alumnos y empleados del Seminario, así como a los redactores y colaboradores de la revista. Agradezco al Rector las palabras que me ha dirigido.

Este aniversario nos invita a interrogarnos sobre la tarea a la que está llamada una escuela de teología hoy y, en particular, el papel de una revista como la suya. Me gusta imaginar que esta revista es un poco como un escaparate, donde un artesano muestra su trabajo y uno puede admirar su creatividad. Lo que ha madurado en los talleres de las aulas académicas, en el paciente ejercicio de la investigación y la reflexión, de la confrontación y el diálogo, merece ser compartido y puesto al alcance de los demás. A la luz de esta premisa, me gustaría decirles tres cosas que considero importantes.

1. La teología está al servicio de la fe viva de la Iglesia. Muchos piensan que la única utilidad de las ciencias teológicas se refiere a la formación de los futuros sacerdotes, de los religiosos y religiosas y, si acaso, de los agentes de pastoral y profesores de religión. Tal vez incluso en la comunidad eclesial no se espera mucho de la teología y de las ciencias eclesiásticas; a veces parece que incluso los responsables, ministros y agentes de pastoral no consideran necesario ese ejercicio vivo de la inteligencia creyente que es, en cambio, un valioso servicio a la fe viva de la Iglesia.

La comunidad, en efecto, necesita el trabajo de quienes intentan interpretar la fe, traducirla y retraducirla, hacerla comprensible, exponerla con nuevas palabras: un trabajo que debe hacerse una y otra vez, en cada generación. La Iglesia alienta y apoya este compromiso, el esfuerzo por redefinir el contenido de la fe en cada época, en el dinamismo de la tradición. Y por eso el lenguaje teológico debe ser siempre vivo, dinámico, no puede dejar de evolucionar y debe preocuparse de hacerse entender. A veces los sermones o catequesis que escuchamos están hechos en gran parte de moralismos, no suficientemente "teológicos", esto es, poco capaces de hablarnos de Dios y de responder a las preguntas de sentido que acompañan la vida de las personas, y que a menudo no tenemos el valor de formular abiertamente.

Uno de los mayores males de nuestro tiempo es, en efecto, la pérdida de sentido, y la teología, hoy más que nunca, tiene la gran responsabilidad de estimular y guiar la búsqueda, de iluminar el camino. Preguntémonos siempre cómo es posible comunicar hoy las verdades de la fe, teniendo en cuenta los cambios lingüísticos, sociales y culturales, utilizando de manera competente los medios de comunicación, sin diluir, debilitar o "virtualizar" el contenido a transmitir. Cuando hablemos o escribamos, tengamos siempre presente el vínculo entre la fe y la vida, y tengamos cuidado de no caer en la autorreferencialidad. En particular vosotros, formadores y maestros, en vuestro servicio a la verdad, estáis llamados a cultivar y comunicar la alegría de la fe en el Señor Jesús, y también una sana inquietud, ese estremecimiento del corazón ante el misterio de Dios. Y sabremos acompañar a otros en su búsqueda cuanto más experimentemos esta alegría y esta inquietud. Es decir, cuanto más “discípulos” seamos.

El Papa Francisco
El Papa Francisco

2. Una teología capaz de formar expertos en humanidad y proximidad. La renovación y el futuro de las vocaciones solo es posible si hay sacerdotes, diáconos, consagrados y laicos bien formados. Cada vocación particular nace, crece y se desarrolla en el corazón de la Iglesia, y los “llamados” no son setas que brotan de repente. Las manos del Señor, que moldean estos “vasos de barro”, actúan a través del cuidado paciente de los formadores y acompañantes; a ellos se les confía el servicio delicado, experto y competente de cuidar el nacimiento, el acompañamiento y el discernimiento de las vocaciones, en un proceso que requiere tanta docilidad y confianza.

Cada persona es un inmenso misterio y trae consigo su propia historia familiar, personal, humana y espiritual. La sexualidad, la afectividad y la relacionalidad son dimensiones de la persona que deben ser consideradas y comprendidas, tanto por la Iglesia como por la ciencia, también en relación con los desafíos y cambios socioculturales. Una actitud abierta y un buen testimonio permiten al educador “encontrarse” con toda la personalidad del “llamado”, implicando su inteligencia, sus sentimientos, su corazón, sus sueños y sus aspiraciones.

Cuando se discierne si una persona puede o no emprender un iter vocacional, es necesario escudriñarla y evaluarla de manera integral: considerar su forma de vivir sus afectos, relaciones, espacios, roles, responsabilidades, así como sus fragilidades, miedos y desequilibrios. Todo el camino debe activar procesos dirigidos a formar sacerdotes y consagrados maduros, expertos en humanidad y proximidad, y no funcionarios de lo sagrado. Los superiores y formadores de los seminarios, los compañeros y los mismos formandos están llamados a crecer cada día hacia la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13), para que, a través del testimonio de cada uno, se manifieste más claramente la caridad de Cristo y la solicitud propia de la Iglesia hacia todos, especialmente hacia los últimos y excluidos.

Un buen formador expresa su servicio en una actitud que podemos llamar “diaconía de la verdad”, porque está en juego la existencia concreta de las personas, que a menudo viven sin certezas, sin orientaciones compartidas, bajo el condicionamiento martilleante de informaciones, noticias y mensajes a menudo contradictorios, que cambian la percepción de la realidad, llevando al individualismo y al indiferentismo.

Los seminaristas y los jóvenes en formación deben poder aprender más de vuestra vida que de vuestras palabras; deben poder aprender la docilidad de vuestra obediencia, la laboriosidad de vuestra dedicación, la generosidad con los pobres de vuestra sobriedad y disponibilidad, la paternidad de vuestro afecto casto y no posesivo. Estamos consagrados a servir al Pueblo de Dios, a cuidar las heridas de todos, empezando por los más pobres. La idoneidad para el ministerio está ligada a la disponibilidad, alegre y gratuita, hacia los demás. El mundo necesita sacerdotes capaces de comunicar la bondad del Señor a quienes han experimentado el pecado y el fracaso, sacerdotes expertos en humanidad, pastores dispuestos a compartir las alegrías y los trabajos de sus hermanos, hombres que sepan escuchar el grito de los que sufren (cf. Discurso a la comunidad del Seminario Pontificio Regional de las Marcas "Pío XI", 10 de junio de 2021).

3. La teología al servicio de la evangelización. Queridos hermanos, en el corazón de nuestro servicio eclesial está la evangelización, que nunca es proselitismo, sino atracción por Cristo, favoreciendo el encuentro con Aquel que te cambia la vida, que te hace feliz y te convierte, cada día, en una criatura nueva y en un signo visible de su amor. Todos los hombres tienen derecho a recibir el Evangelio y los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie. Todo el Pueblo de Dios, peregrino y evangelizador, anuncia el Evangelio porque, ante todo, es un pueblo en camino hacia Dios (cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 14; 111). Y en este camino no puede evitar el diálogo con el mundo, con las culturas y las religiones. El diálogo es una forma de acogida, y la teología que evangeliza es una teología que se nutre del diálogo y la acogida. El diálogo y la memoria viva del testimonio de amor y paz de Jesucristo son los caminos para construir juntos un futuro de justicia, fraternidad y paz para la entera familia humana.

Recordemos siempre que es el Espíritu Santo quien nos introduce en el Misterio y da impulso a la misión de la Iglesia. Por eso “el hábito” del teólogo es el del hombre espiritual, humilde de corazón, abierto a la infinita novedad del Espíritu y cercano a las heridas de la humanidad pobre, descartada y sufriente. Sin humildad el Espíritu huye, sin humildad no hay compasión, y una teología desprovista de compasión y misericordia se reduce a un discurso estéril sobre Dios, tal vez hermoso, pero vacío, sin alma, incapaz de servir a su voluntad de encarnarse, de hacerse presente, de hablar al corazón. Porque la plenitud de la verdad -a la que conduce el Espíritu- no es tal si no está encarnada.

En efecto, enseñar y estudiar teología significa vivir en una frontera, la frontera en la que el Evangelio responde a las necesidades reales de la gente. Los buenos teólogos, como los buenos pastores, huelen a pueblo y a calle y, con su reflexión, vierten aceite y vino en las heridas de muchos. Ni la Iglesia ni el mundo necesitan una teología de “escritorio”, sino una reflexión capaz de acompañar los procesos culturales y sociales, especialmente las transiciones difíciles, haciéndose cargo también de los conflictos. Debemos cuidarnos de una teología que se agota en la disputa académica o que mira a la humanidad desde un castillo de cristal (cf. Carta al Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina, 3 de marzo de 2015).

El Evangelio no deja de recordarnos que la sal puede perder su sabor. Y si vivimos más o menos tranquilos en medio del mundo, sin una sana inquietud, esto puede significar que nos hemos adormecido (cf. H. de Lubac, Meditación sobre la Iglesia: Opera Omnia, vol. 8, Milán 1993, 166). Por eso necesitamos una teología viva, que dé “sabor” además de “conocimiento”, que sea la base de un diálogo eclesial serio, de un discernimiento sinodal, que se organice y practique en las comunidades locales, para un relanzamiento de la fe en las transformaciones culturales de hoy. Que una teología al servicio de la vida buena sea la vía alta de tu compromiso eclesial, digna de ser expuesta entre las cosas bellas del escaparate de tu revista. Una teología capaz de dialogar con el mundo, con la cultura, atenta a los problemas de los tiempos y fiel a la misión evangelizadora de la Iglesia y fiel también a sus raíces en el Seminario de Milán, llamado a ser un lugar de vida, discernimiento y formación.

Queridos hermanos, espero que estas reflexiones puedan ayudaros a cultivar vuestra vocación de servicio a la fe, a la Iglesia, al mundo. Os doy las gracias y os deseo mucho éxito en vuestro trabajo. Os bendigo de corazón a vosotros y a toda la comunidad; y os pido, por favor, que recéis por mí.

Sala del Consistorio
Viernes, 17 de junio de 2022

Original en italiano, traducción al español de la redacción de vidasacerdotal.org.

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