Nicolás Steno nació en 1638 en Stenon, cerca de Copenhague (Dinamarca), hijo de un pastor luterano. Su nombre era Niels Stensen, aunque siguiendo la costumbre de la época en ambientes académicos, latinizó su nombre: Nicolaus Stenonis.
Su infancia fue la de un niño enfermizo, aislado de los otros niños, que pasó gran parte de su tiempo escuchando las discusiones religiosas de los mayores. Tras unos años de educación clásica dirigida por el poeta y latinista Ole Borch, a los dieciocho años Steno entró en la Universidad de Copenhague para estudiar Medicina. Unos pocos meses después, Dinamarca estaba en guerra y la capital danesa fue sitiada por el ejército sueco, por lo que sus estudios se desarrollaron de forma errática.
La caótica situación de Copenhague le impidió obtener un título, por lo que en 1659 consiguió ayuda económica y una carta de recomendación de Thomas Bartholin, partiendo hacia el norte de Alemania y Holanda, donde durante varios meses se dedicó a visitar a distintos científicos, hasta recalar en Ámsterdam donde se hospedó durante tres meses en casa de Gerard Blaes, médico de la ciudad, profesor de anatomía y amigo de Bartholin.
En el otoño de 1665 decidió unirse al grupo de científicos, que protegidos por el Gran Duque Fernando II de Médici formaban en Florencia la Accademia del Cimento (Academia de Experimentos), la primera institución académica en el mundo dedicada a la ciencia experimental.
Desde su época de estudiante en Copenague había estado interesado en la naturaleza de los fósiles. Su tutor, Bartholin, había realizado un estudio sobre las propiedades curativas de unas piedras abundantes en las cuencas mediterráneas llamadas glossopetrae, y poseía una colección de éstos y otros fósiles recolectados por él mismo en la Isla de Malta.
Descubrimientos científicos
Steno fue, indudablemente, uno de los últimos grandes científicos polifacéticos, de esos que tenían interés por múltiples campos. Tanto que es conocido por sus descubrimientos en diversos ámbitos científicos. Su afán por el saber le llevó a la fe católica.
Es reconocido por ser uno de los primeros en hacer investigaciones en geología, tanto que se le ha llamado el padre de la geología. Entre sus descubrimientos más relevantes está la denominada "superposición de los estratos terrestres".
Aunque estudios similares habían sido emprendidos desde el siglo XI por el sabio persa Avicena, este fue el encargado de reformular la denominada la "ley de superposición de estratos", según la cual las capas de sedimento se depositan en una secuencia temporal, en el que las más antiguas se encuentran en posición inferior a las más recientes.
Además de estos hallazgos, también emprendió trabajos en el campo de la anatomía, y logró descubrir la glándula parótida y habló de la existencia de los óvulos femeninos, desechando así la idea que permanecía hasta entonces de que los ovarios eran órganos masculinos degenerados.
Se dedicó a la investigación anatómica hasta redactar un manuscrito que describía en detalle todas las glándulas de la cabeza, haciendo, por ejemplo, por primera vez la descripción completa del aparato lagrimal. Descubrió un conducto que lleva la saliva de la glándula parótida a la cavidad bucal, llamado conducto de Steno en su honor.
Realizó trabajos sobre los músculos: función de los intercostales (levatores costarum), condición muscular de la lengua y del corazón, estructura fibrilar de las masas musculares, etc. Fundamentados en experimentos fisiológicos, expresa geométricamente los mecanismos del movimiento muscular voluntario; sin embargo despreció el uso del microscopio que hubiera aclarado su teoría.
Se convierte a la fe católica
A los 31 años, residiendo en Florencia, Steno ya llevaba varios años cuestionándose aspectos de su fe; él era luterano. En su mente puramente racional había cosas que no le cuadraban: “Estaba en Livorno por la fiesta del Corpus y entonces vi portar una hostia consagrada por toda la ciudad, con tal pompa y magnificencia que me vino el pensamiento: esa hostia consagrada ¿es un simple trozo de pan y los que le muestran tanta veneración son tontos, o de verdad es el cuerpo de Cristo y entonces por qué no lo venero yo mismo?”.
A continuación leyó con detenimiento la Biblia y los escritos de los padres de la Iglesia y llegó a esta conclusión: “Cuando me hube convencido y cerciorado de la verdad de la materia sobre la que hablaba, entonces ya no tuve dudas sobre mi deber de abandonar el credo luterano. Cuando una religión está confundida en un punto esencial de la fe, no puede ser de Dios, pues, por la fuerza de su sabiduría infinita, no puede estar equivocado”. Por fin el 8 de diciembre de 1668, día de la Inmaculada Concepción, fue recibido en la Iglesia Católica.
Unos años después de su conversión regresó a Dinamarca invitado por el Rey para dar clases. Sin embargo, el trabajo no le satisfizo del todo: ahora buscaba más.
Regresó a Florencia y decidió ingresar en el sacerdocio. Se ordenó en 1675. Él cuenta el motivo de su decisión:
Después de haber experimentado constantemente las buenas obras de Dios hacia mí —y no podré nunca pesarlas—, las encontré tan grandes que no pude evitar sentirme impulsado con gran entusiasmo a ofrecerle lo mejor, de la mejor manera, en la medida que mi fragilidad lo permitiera. Ahora que reconozco la dignidad del sacerdocio, mediante cuyo ministerio se ofrecen en el altar la acción de gracias por los beneficios del perdón de los pecados, así como otras cosas agradables a Dios, lo supliqué y obtuve el permiso para ofrecer el sacrificio del cordero sin mancha (la Eucaristía) al eterno Padre.
Su devoción aumentaba: hizo el voto de pobreza, y procuraba ejercer su ministerio con personas de otras religiones.
En 1677 el Papa le nombró Obispo, momento en el que dejó de lado sus investigaciones. Su primer destino episcopal fue Hannover, y luego fue a Münster como obispo auxiliar. Allí fue conocido por la gran austeridad de vida, tanto que algunos fieles le amenazaron con cortarle la nariz y las orejas. Dolido por ello pensó si no sería mejor regresar a Florencia, y así lo solicitó a Roma.
Mientras esperaba la respuesta le rogaron que se dirigiera a la localidad alemana de Schwerin, donde solo había un sacerdote, el padre Steffani, que estaba enfermo y quería retirarse. Así que Steno tuvo que asumir todo el peso de la pastoral local.
Poco después de la muerte del padre Steffani, Steno enfermó y falleció el 25 de noviembre de 1686 a la temprana edad de 48 años, ante la presencia de algunos católicos y de muchos luteranos conmovidos por su fe. Su vida austera y abnegada probablemente tuvo que ver en esta muerte prematura.
Steno pidió que su entierro fuera mezquino y pobre, pero el Duque Cosme de Medici, de Florencia, no aceptó esta condición, y trasladó su cuerpo a su ciudad. Sus restos reposan en la iglesia de San Lorenzo de la capital toscana.
Su fama de santidad se acrecentó con los años. Por fin el Papa San Juan Pablo II lo beatificó en 1988. Su fiesta se celebra el 25 de noviembre.
El mundo científico le ha honrado: hay dos géneros de delfines que llevan su nombre (Steno y Stenella), un cráter marciano y otro lunar, además de la glándula salivar que ya hemos mencionado.