Desde la campaña electoral norteamericana de 1992, que llevó a la presidencia a Bill Clinton, se hizo famosa la frase «Es la economía, estúpido». Su rival era George Bush, que era el presidente en ejercicio y gozaba de la mayor popularidad de la historia: acababa de derrotar a Iraq en la primera guerra del Golfo y ofrecía al electorado el triunfo en la Guerra Fría, presentando a los Estados Unidos como la única superpotencia del planeta. Bush parecía invencible.
Pero a los asesores de Bill Clinton se les ocurrió esta frase, que se convirtió en el lema no oficial de la campaña. Con ella querían enfocar a los ciudadanos en los asuntos que realmente le importaban en el día a día, y que dejaran de pensar en los innegables méritos de la presidencia de Bush. El éxito de la campaña fue evidente, pues Clinton derrotó a Bush contra todo pronóstico.
Acabo de leer la entrevista que el diario digital Domani hace al P. Hans Zollner. El P. Zollner es el director de Instituto de Antropología de la Universidad Gregoriana y ha sido por varios años uno de los miembros más activos de la Pontificia Comisión para la Protección de los Menores, de la que formó parte desde su creación en 2014 hasta marzo de este año. En la entrevista el P. Zollner dice algo que me hizo reflexionar. Según afirma, «estadísticamente, en el mundo, la edad media de un sacerdote que abusa por primera vez es de 39 años; por lo tanto no son los seminaristas o los curas jóvenes los que abusan, sino los párrocos que experimentan de hace tiempo la soledad y se sienten a menudo alejados del obispo y de sus hermanos».
Recordé la frase que llevó a la presidencia a Bill Clinton, porque es frecuente en tantos medios atribuir la responsabilidad de los abusos sexuales del clero al celibato del clero. Y ‑sin pretender simplificar una problemática tan compleja atribuyéndole una sola causa, sé que es una materia que merece un análisis más exhaustivo ‑ lo que dice la experiencia de los que han profundizado en ello, como el P. Zollner, es que hay otra causa: es la soledad, no el celibato el problema. ¿No será que quienes insisten en hablar del celibato, en realidad están buscando lo mismo que con tanto éxito pretendieron los asesores de Clinton, que fue desviar la atención a donde les interesaba? Por eso, nosotros haremos un gran bien a los sacerdotes si nos nos sensibilizamos con el problema de la soledad del clero.
Y también me vino a la cabeza otra consideración. Si la soledad de los sacerdotes es un problema con tan graves consecuencias, quizá la culpa la tenemos un poco entre todos, pero está en nuestra mano solucionarlo. Seguramente todos nosotros que leemos estas líneas, tanto si somos laicos o curas, tenemos un gran medio para ayudar a los sacerdotes: ofrezcámosles nuestra amistad sincera, que no se sientan solos. Que no ocurra que un sacerdote llegue a su casa una tarde de domingo, después de un día extenuante, y no tenga a nadie a quien contarle lo ocurrido, y además deba prepararse la cena. O que regrese de un viaje y no tenga a nadie al que narrarle sus aventuras, ni siquiera pueda enseñarle las fotos a alguien. O que espere con ansias un importante partido de fútbol, y nadie le invite a verlo en su casa. O tantos otros detalles que hacen que una persona se sienta acompañada.
Como dijo el Papa en un discurso de 2022 sobre la teología del sacerdocio, hay que ayudar a los sacerdotes a que sientan la cercanía de los demás. En estos días próximos a la fiesta del Santo Cura de Ars, recemos a Santa María para que nunca haya un sacerdote solo.